A la cerveza ‘Chang’, la carga el diablo. Menudo pedo que
hemos pillado casi sin venir a cuento mientras cenábamos en un restaurante
indio perdidos en mitad de un mercadillo XXL (muy grande, no me seáis mal
pensados) ya en Chiang Mai. Hemos llegado a nuestra tercera ciudad después de
un trayecto en bus de ocho horas y nos hemos tirado el día viniendo de arriba
para abajo y viceversa porque nuestro sentido de la orientación ha acusado
severamente la falta de sueño.
Bueno, ayer viernes tomamos el Bus VIP de Ayuttaya a Chiang
Mai que salía a las 9. No fue hasta pasadas las 9.30 que el vehículo llegó a la
estación, un montón de bancos apilotronados en mitad de una carretera. Seamos
sinceros, si yo os digo que nos vamos en un bus VIP, ¿qué os viene a la cabeza?
Cualquier intento de haceros una idea se quedará a años luz.
El coche en cuestión era un mastodonte de dos pisos pero con
solo 32 plazas que parecía más un puticlub cutre, recargado de luces de neón,
que un vehículo público –creemos-. Además, el auto en cuestión tenía un propio
microclima con temperaturas que oscilaban entre los 0 grados y los -15 grados
gracias al aire acondicionado. No negaré que el viaje fue muy cómodo, espacioso
y plácido.
De las ocho horas, Clara se pasó casi todo el viaje
durmiendo mientras que yo, atontado farmacologicamente (vamos, gracias a una
pirula recetada) he divagado cuatro horitas. Estábamos en el piso de abajo y
compartíamos ‘habitación’ con un matrimonio algo sosainas –luego he descubierto
que era francés-, una mujer mayor que viajaba sola y un tailandés que se creía
el puto amo por tener Internet en el móvil y que se ha pasado la mitad del rato
que he estado despierto enviando y recibiendo whatsaps.
Que soberana manera de desperdiciar el tiempo. Yo he optado
por invertir mis segundos, mis minutos y mis horas en intentar superar el
puñetero nivel 133 del Candy Crush que me tiene atascado desde hace ya un
montón de tiempo. ¿Qué queréis? No tenía Internet…
Bueno, lo peor ha sido cuando hemos llegado a Chiang Mai,
sobre las 6.30 y con un frío de tres pares de narices. El kharma se ha cebado
de nuevo con nosotros y nos hemos montado a uno de los dos únicos ‘tuk-tuks’ de
la ciudad que está descubierto, con el consiguiente airecito. Además, el
conductor no sabía muy bien dónde estaba el albergue y ha tenido que parar a
llamar dos veces.
Al llegar, sobre las 7, nos han dicho que hasta las 14 no
nos podían dar la habitación. Imaginad el mosqueo… Muertos de sueño y de frío y
tenernos que echar a la calle a pasar horas. Hemos diseñado una ruta de
monasterios a pie y la mañana ha ido pasando poco a poco. Hemos visto el Wat
Pha Singh, el Wat Pan Lao, el Wat Chedi Luag y el Wat Chiang Man. La verdad es
que llega un momento que no sabes ni cuál has visto ni cual te queda.
Ha sido en este último cuando hemos vivido uno de los
momentos más especiales sin duda del viaje. La guía del Lonely Planet
(confirmado que se escribe así) recomienda que te sientes a hablar con los
monjes budistas que se pasean por los montes y así lo hemos hecho. Cada uno con
uno distinto. He sido muy franco con el muchacho, que me ha confesado que tenía
19 años y que se hizo monje a los 12, y le he contado lo de mi padre y de que
las respuestas que la que se supone es mi religión me da no me satisface.
Le he preguntado a él todo cuanto necesitaba y la verdad es
que ha sido una charla que me gustaría haber inmortalizado. No diré que ha sido
inspiradora pero sí que reconozco que me ha tranquilizado. He aprendido la
palabra ‘ANICCA’ que para los budistas es el pilar y viene a significar que en
la vida “todo está en un cambio constante”. Me ha dicho que él no se para a
malgastar el tiempo pensando si lo que le ha pasado es bueno o malo sino que lo
asimila como una verdad invariable y que las cosas así como vienen se van.
Además me ha explicado los ocho episodios previos al
Nirvana, que es el éxtasis que todo budista quiere alcanzar a través de la
meditación. La verdad –poniéndonos serios- es que me encuentro en un momento
muy delicado a nivel de Fé, cuestionando todo lo que he aprendido hasta ahora y
la charla no ha hecho sino reforzarme la convicción de que nunca tenemos que
quedarnos solamente con aquello que nos parece lo correcto sino que hay que
conocer cuantas más cosas mejor.
Tras el meneo espiritual –volvamos al tono cómico- nos hemos
pimplado un curry amarillo de pollo y unos rollos de primavera de lo más revitalizadores. Además ha venido de perlas porque el frío
mañanero ha dado paso a una jornada muy calurosa y soleada.
Después hemos contratado dos excursiones. La primera que la
tendremos este domingo, es un paseo en barca por Chiang Rai, por donde pasaba
el conocido ‘Triangulo de Oro’, ruta desde de exporta más de la mitad del opio
que se consume en el mundo y un trekking de dos días por el noroeste de
Tailandia que incluye paseo por la jungla en elefante, además de rafting y
descenso en una balsa de bambú.
Nos hemos vuelto a quedar sin billetes con camarote para el
tren nocturno pero hemos comprado unos normales por si el miércoles podemos
cambiarlos de ‘estrangis’ y evitar lo de pasar 12 horas sentados.
La noche la hemos cerrado, como os comentaba al principio,
en un mercado inmenso, que deja el de la Explanada a la altura del betún. Miles de
personas alrededor de millones de falsificaciones, souvenirs, productos
artesanos, mucha comida y versiones ‘Thai’ de grandes canciones.
La verdad es que lo del regateo se hace muy pesado pero
llega un momento en el que celebras cada rebaja como si te regalaran el
producto, a sabiendas que en el fondo, si acceden a mejorarte el precio de lo
que compras, no es por tus dotes de negociador sino porque aún así, te la
siguen metiendo doblada.
Hemos cenado en un indio donde Clara dice que en lugar de
pollo Tikka he cogido un ‘Pedo Tikka’. La cerveza nos ha subido de lo lindo,
imagino que por el cansancio y por el picante de la comida, y el resto de la
noche solo ha habido risas y demás.
Besetes!
Hola niños. Muy bien tu artículo de hoy en el Menorca. Y el comentario del blog también. Me encanta seguiros, porque se que nunca estaré allí. Demasiado arroz. Un beso .
ResponderEliminarYo, en cambio, no pierdo la esperanza de ir allí algún día. Está muy lejos pero me gusta mucho el arroz. Así que, por si acaso, no rompais nada y dejarlo todo como estaba.
ResponderEliminarIr tomando nota porque los platos de la última foto tienen muy buena pinta y no se nos olvida lo de la demostración del curso de cocina.
ResponderEliminarNo se que ha podido pasar con la publicación de ayer pues yo la vi publicada y papá también la vió desde su ordenador.
ResponderEliminarOs decia que estaba de acuerdo con Isabel en eso de sentarse a tomar algo y ver pasar la vida cuando viajas. El observar también enseña mucho. De todos modos tenemos edades muy diferente y todo tiene su momento. Ahora publicaré de verdad, voy....