Impacto

lunes, 14 de abril de 2014

Colorín, colorado

“Colorín colorado”. Quizás esta sería una forma eficaz y acorde con las circunstancias para cerrar, al menos de momento, este blog. Pero la verdad es que, al igual que pasa en uno de mis momentos cinematográficos preferidos y que corresponde a la película ‘¿Conoces a Joe Black?’, cuesta soltar amarras.

Ya han pasado unas semanas, incluso meses desde que regresamos a casa y hemos vuelto a la normalidad en la medida que se pueda volver si lo que nos hemos encontrado es realmente la normalidad. Rutinas en el trabajo, lunes que son iguales que el martes, miércoles pluriempleados entre el jueves y el viernes. En fin, más de lo mismo. Más de aquello que en ningún momento nos hemos encontrado por Tailandia ni por Camboya.

La sensación que te queda una vez echas la vista atrás es que la verdadera vida es aquella que dejamos allá. No por el mangoneo de tumbarse a la bartola a pleno sol mientras la envidia os corroía viendo las fotos ni hincharse de fideos con pollo. No. La vida entendida como una maravillosa obra de teatro cuyo argumento va cambiando a medida que se suceden las escenas.

No sé si la experiencia nos ha hecho ser mejores o peores, si nos ha cambiado para bien, para mal o para regular. Desconozco si realmente habrá un antes y un después de todo lo que nos hemos encontrado y si habrá servido para algo, pero donde no me cabe la menor duda es en que volveríamos a izar las velas hacia donde nos llevara el viento. O la Visa, claro, que tampoco hay que pasarse en lo espiritual.

Después de habernos chupado más de 20.000 kilómetros, haber intercambiado opiniones con gente de Tailandia, Camboya, España, Francia, Italia, Israel, Alemania, Inglaterra, Austria, Estados Unidos y de Canadá, así como algún país que me dejo olvidado en la memoria, no puedo más que decir que el mundo es mucho más grande de lo que jamás nos podremos llegar a imaginar.

Un mes no da para cambiarte la forma de pensar pero rinde lo suficiente como para que desconectes parcialmente de todo aquello que dejaste atrás. Tailandia ha servido de trampolín para descubrir nuevas aventuras y vivirlas exprimiendo cada segundo al máximo. Ha sido como un lienzo blanco impoluto a partir del que trazas una obra maestra. Ha sido, para que me entendáis, un pequeño paso para el hombre pero un gran paso para Clara y para mí.

Y la verdad es que da pena chapar esta especie de terraza de bar en la que durante 28 días nos hemos reunido, hemos intercambiado opiniones, anécdotas y consejos, y hemos crecido juntos. Se nos hace difícil elegir un momento como el mejor de todos porque cualquiera de los que hemos vivido nos ha enriquecido de alguna forma.

Cuesta, como os decía al principio, soltar amarras. Pero imagino que dar carpetazo al pasado, dar ese último paso en este camino es lo ideal para empezar un nuevo camino. A día de hoy no sabemos si nos llevará a África, a Sudamérica o, de nuevo, a Asia. Lo estamos tanteando, aunque para que tengáis una pista, tenemos muchas ganas de cambiar los elefantes por las jirafas. Ya me entendéis. 


Lo mejor es que mientras estas líneas se acaban, más pronto de lo que nos pensamos, volveremos a escribir otras. A vivir otras. Desde más aquí o desde más allá. Desde nuestro corazón hasta vuestras vidas. Compartiendo una cerveza en plan virtual con todos y cada uno de vosotros. 

En fin, muchas gracias y hasta luego.

domingo, 16 de febrero de 2014

Bautizo submarino y vuelta a casa

Mientras leas estas lineas, ya estaremos de camino. No sabemos si has seguido en mayor o menor medida lo que hemos ido haciendo este mes por Tailandia o si te lo has pasado bien, mal, te ha resultado útil o lo has considerado una pérdida de tiempo. Nosotros, evidentemente, hemos disfrutado viviéndolo y contándolo, aunque no os negaré que ponerse a descargar, editar y colocar las fotos, además de escribir los textos, es un currazo enorme. Pero bueno, no me pondré melodramático, que todavía queda alguna entrada por explicar como esta. ¿Os apetece sumergiros a 10 metros por ‘Japanese Garden’? Coged aire…

Los dos últimos días en Koh Tao han sido la mejor, o una de las mejores, formas de acabar nuestra aventura. De ponerle un punto y a parte, claro. El jueves madrugamos y fuimos a un pecio artificial que había delante de la playa del hotel, a unos tres metros de profundidad, donde descansa un barco que participó en la Segunda Guerra Mundial y que hundieron apropósito hace unos 40 años.

Su acceso es muy fácil aunque afortunadamente la mayoría de los turistas a las 9, andan durmiendo la resaca por lo que tuvimos el lugar para nosotros. Imagino que lo hundieron sin nada dentro, por lo que solamente queda el casco. Como podéis ver, da para hacer unas buenas fotos.

Luego, fuimos a una escuela española de submarinismo que se llama ‘Pura Vida’. Allí hicimos un bautizo más otra inmersión por 2.800 bats cada uno (unos 60 euros). El viaje consistió en coger el barco, donde nos dieron algunas lecciones básicas, y luego una primera inmersión de 50 minutos. Clara no lo había hecho nunca y mis otros cuatro bautizos no fueron nada bien por culpa de la oreja porque nadie me explicó como compensar bien.

Esta vez fue de lujo. Comenzamos con unos ejercicios básicos para familiarizarnos con el material a dos metros de profundidad y luego dimos un primer paseo en el que llegamos hasta los seis metros. Los corales eran preciosos y estaba todo lleno de vida, con peces de esos que solamente ves en acuarios y un banco de barracudas, de más de 30 ejemplares, que nos envolvía.

Cuando regresamos a bordo, comentamos la excursión. Nuestro grupo éramos cuatro, todos españoles, además del monitor, que se llamaba Joan. Concidimos con una pareja, Miguel y Sandra creo recordar, muy majos, y que tampoco lo habían probado nunca.

Por la tarde hicimos la segunda inmersión, con más tiempo para pasear y sin hacer ejercicios. Bajamos hasta los diez metros y seguimos viendo muchos peces, además de un pez globo, de esos que se hinchan. El monitor nos explicó que aunque parezca graciosa la idea de encabronarlo para que se hinche, solamente se inflan dos o tres veces en su vida porque les produce mucho estrés y pueden morir por el esfuerzo. La verdad es que debajo del agua todo el mundo es muy respetuoso.

Regresamos sobre las 18, después de unas cinco horas de actividad, muy contentos con la experiencia y con el sabor agridulce de que si tuviéramos más tiempo nos sacaríamos algún curso, como el Open Water, que lo puedes aprobar en cuatro días intensivos y por unos 9000 bats (unos 220 euros).

El resto de la tarde lo dedicamos a la piscina, disfrutar de dos granizados de sandía (deliciosos), cenar y empezar con el equipaje. El día fue tan duro que a las 21 horas ya nos dormíamos…

Y hoy hemos emprendido el camino de vuelta. Nos ha tocado madrugar de nuevo para preparar el equipaje, hemos desayunado, y hemos ido al muelle. Para ir cogimos el primer barco que nos vendieron (PRIMOS) y para volver nos recomendaron un catamarán tipo Don Juan que va más rápido… Siempre que el mar lo permita. Pues nada, el mar no lo permite hasta el domingo. Está bastante picado por lo que no puede ir lo rápido que debería.

En el muelle hemos tenido que hacer cola durante una hora y media de tanta gente que había. Ha sido una pasada porque tranquilamente había más de 700 personas en el muelle esperando. Ha influido que hoy o mañana es la famosa fiesta ‘Full Moon Party’ que se celebra justo en la isla que tenemos al lado, Koh Pang’nan. A pesar de que las hormonas y las feromonas andan revueltas, todo el mundo ha sido bastante respetuoso, aunque el barco, que tenía que salir a las 9.30, no lo ha hecho hasta las 11.

Dentro de la estancia, el panorama ha sido desolador. Ha habido muchas olas durante el trayecto y, como si de un virus zombie se tratara, en el momento que la japonesa de mi lado ha empezado a vomitar, un montón de gente ha empezado a pedir bolsas y a soltar la papilla. De hecho, mientras escribo esto ahora mismo, la compañera de al lado ha vuelto a vomitar y Clara ha tenido que salir a que le diera el aire porque también se ha mareado. Y solo vamos por la mitad del trayecto…

Bueno, reemprendo la ¿última? Entrada del blog ya desde Menorca porque el viaje de regreso ha sido largo, duro y solamente pensábamos en llegar a casa. Disculpad si hemos tardado.

La travesía en barco acabó con final feliz, sin que ninguno de los dos vomitara, mientras los demás iban cayendo. Al llegar, un bus nos esperaba para trasladarnos al aeropuerto de Koh Samui hasta Bangkok, donde pasamos las últimas siete horas de compras y limando el noble arte del regateo. Mientras nos seguían timando, claro.

La ruta por las islas nos oxidó bastante la capacidad de negociar ya que no fuimos capaz de cerrar a nuestro favor ningún trato. De hecho, los vendedores de Bangkok se mostraban más inflexibles que nunca. Puede que el hecho de ir por la tarde, a primera hora, también influyera porque pasan miles de personas al día por lo que es a última hora cuando suele ser más factible regatear unos baths.

Salir perdiendo nos fue quemando lentamente y lo único que conseguimos fue mosquearnos y querernos marchar antes, aunque los últimos pad thai hicieron más llevadera la decepción. Aunque parezca mentira, los tallarines que se cocinan en las paraditas de la calle son los más buenos, y los más baratos.

Y bueno, de lo demás, seis horas de avión desde Bangkok a Dubai, tres horas de escala, y otras siete horas y media en el de Dubai a Barcelona. Las pastillitas mágicas –y medicadas, claro- y las películas que te puedes poner en la pantalla personal que tiene cada asiento lo hicieron más llevadero.

Que Menorca sea tercer mundista en lo de las conexiones aéreas me vino perfecto para poner el que personalmente fue un broche ideal para el viaje. Llegamos el sábado a las 12 a Barcelona y, aunque parezca mentira, no había vuelos hacia la Isla hasta el día siguiente.

Lo aprovechamos para pegarnos un festival culinario con unos calçots, croquetas de calçots y un buen steak tartar, además de unas compras. Por la noche quedé con algunos de mis amigos de la universidad para cenar y tomar una copa pero tenía tanto sueño que no aguanté demasiado, aunque me lo pasé en grande. La verdad es que es como una familia para mi y un poco de ‘risoterapia’, ‘tapeoterapia’ y ‘birroterapia’ vino de coña para cerrar el viaje.

Aunque bueno, puede que el viaje no haya terminado para Clara ya que en el hotel le entraron nauseas y retortijones que nos complicaron, especialmente a ella, el poder dormir un rato antes de poder volver a Menorca. De momento no se encuentra demasiado bien por lo que ahora veremos qué le pasa. En la zona de la frontera entre Camboya y Tailandia el riesgo de contraer Malaria es bastante alto pero bueno, tampoco hay que ser alarmista.

Y bueno, llegados a este punto, he decidido que habrá otra entrada, una tipo resumen ideal para aquellos que les haya entrado el gusanillo de viajar a Tailandia, aunque la haré en los próximos días cuando me haya asentado y recolocado las ideas. Ahora mismo me cuesta un montón seguir escribiendo porque el sueño me consume. Sin más, y con un penúltimo ‘Hasta luego’…


Besetes! J




 

miércoles, 12 de febrero de 2014

Koh Tao, ese lugar al que todos querríamos escapar...

Nuestra aventura llega a su fin… Pero antes de regresar al mundanal ruido, nos hemos dado un último capricho en forma de escapada a Koh Tao, una isla genial, no solamente por sus playas limpias, agua turquesa y transparente, sino porque en apenas 21 kilómetros cuadrados acumula fiesta desenfrenada y tranquilidad total, para todos los gustos y necesidades. Una pena pasar aquí solamente tres noches porque nos sentimos muy a gusto por aquí. Porque Koh Tao es esa isla o ese lugar al que todos, cuando estamos hasta las cejas de estrés, nos gustaría escaparnos para no volver. No es paradisíaca ni virgen del todo, pero os aseguro que a cualquiera que se deje caer por aquí algún día, entenderá de lo que hablo. Aunque los dos no nos sentimos así de bien desde el primer momento que llegamos… Dejadme que os cuente.



Cuando estábamos en el inacabable viaje de regreso de Koh Samloem a Sihaonukville, en Camboya, conocimos un matrimonio canadiense con el que compartimos paraíso. Charlando un buen rato advertimos que teníamos gustos similares, algo alejados de lo que por aquí comúnmente se conoce como ‘bag packers’ o mochileros. Nos hablaron muy bien de Koh Tao y especialmente de unos bungalows que les habían costado 17 dólares la noche, Siam Cookies, en Banana Beach, donde no tenían Internet y el fijo funcionaba a ratos.

En lugar que reservar con antelación, como habíamos hecho en todas las otras ocasiones, decidimos jugárnosla y confiar en lo que nos habían dicho los canadienses. El martes cogimos un ferry de Koh Samui hacia Koh Tao, que duró unas tres horas, y que nos dejó, a nosotros y a otro centenar de turistas, en Ban Mae, el pueblecito donde están los muelles.

Cuando llegas, nada más salir del muelle te abordan un montón de taxistas, relaciones públicas de las ‘guest houses’, hoteles y resorts, así como relaciones públicas de los muchísimos centros de buceo de la isla. Entre el caos inicial conseguimos tranquilizarnos, pactar con un taxista el precio para llevarnos a Banana Beach, y plantarnos allí. De entrada nos pareció caro el dinero que nos pedía pero al llegar nos dimos cuenta de qué pagábamos en realidad.

Tao solamente cuenta con una carretera asfaltada decentemente, lo demás son caminos de cemento, arena y tierra bastante peligrosos, además de muy empinados. Como en Koh Chang, todo el rato subes y bajas, y los taxis son ‘pick ups’ en las que te sientas atrás, sin mucho lugar al que cogerte.

El colmo fue cuando en mitad del camino el chófer me pidió que pusiera unas rocas en el camino para que pudiéramos seguir porque había un bache que tranquilamente habría pasado por piscina olímpica.

Los canadienses nos hablaron de tranquilidad, buenas vistas y un sitio bonito, pero se les debió olvidar comentarnos que ese sitio es donde en realidad Jesús perdió las chanclas. Un par o tres de veces. Menuda estampa. La playa era preciosa, pequeña y con rocas, pero los bungalos eran chozas viejas que por momentos parecía que no estaban terminados. Había dos, el que nos habían recomendado y otro. Vimos habitaciones en los dos y nos decidimos por la menos cutre, que además era más barata (500 baths la noche) aunque estaba en lo alto de la colina.

La habitación no tenía aire acondicionado, ni sábanas, ni toallas, ni papel higiénico, ni ningún tipo de acomodación más allá de una cama doble, un armario pequeño, una mosquitera roñosa y un baño con más pelo que el bigote de Constantino Romero. ¿Qué compensaba tamaño desastre? Las vistas de la terraza… Estábamos en lo más alto de un acantilado. Brutal.

Tras instalarnos, fuimos a dar un paseo porque resulta que partes de la isla tienen un camino que une los resorts y las playas, tipo Camí de Cavalls, pero más bonito. Las construcciones no molestan, están hechas desde el respeto por el entorno y la verdad es que no desentonan demasiado. Además, predomina la madera como elemento de construcción.

En una de las idílicas playas, nos encontramos una boda. Una situación rara, de película, porque únicamente estaban los novios, la pareja de testigos, y el chinaco que ejercía de sacerdote. Los demás usuarios de la playa miraba sorprendida a la pareja impoluta de blanco, mientras entre ellas se atisbaba una mezcla de envidia y ellos parecían decirle al colega “no lo hagas”.

Al ir descubriendo isla nos dimos cuenta de que nuestro hotel era la caca de la vaca comparado con los demás, pero teníamos unas vistas exclusivas. Aunque no suficientes para paliar las pocas ganas que tenía Clara de quedarse ahí. Acordamos pasar la primera noche allí y que al día siguiente decidiríamos. El pueblo principal, donde habíamos desembarcado, estaba a 30 minutos caminando, aunque el paseo era muy agradable por la belleza de los lugares y calitas que te ibas encontrando.

El pueblo es una pasada. Predominan los centros de buceo y las ‘guest houses’, aunque también hay mucho bar en la playa, tiendas y restaurantes. Según habíamos leído, en Koh Tao es muy normal que la gente vaya por unos días y decida quedarse meses. La verdad es que se respira muy buen ambiente, a pesar de estar petado de turistas cuya mayoría solamente buscan cocerse durante la noche y ‘aixugar sa resaca’ de día dormiteando en la playa luciendo músculos –ellos- y cachito –ellas-.

Como no habíamos comido, cenamos en un italiano, una calzones para compartir y dos platos de pasta fresca, Con sus cervezas y demás, unos 800 bats, unos 20 euros. La emoción de probar un plato que no supiera a nada tailandés me embargó hasta el punto de disfrutar como nunca con la pizza y la pasta.

De noche, sobre las 21 horas, decidimos regresar al hotel por el mismo camino. Clara empezó a preguntar precios y disponibilidad para las dos siguientes noches, y nos dijeron una serie de precios, que nos tiraban un poco para atrás, aunque nuestra habitación dejaba muy mucho que desear.

La decisión de cambiarnos fue definitiva cuando al regresar a la habitación nos encontramos que la puerta y las luces estaban abiertas, como si alguien hubiera entrado. La cerradura, que iba con candado, estaba como reventada, aunque tampoco había signos de violencia. Comprobamos que no faltaba nada, y eso que tanto mi teléfono, como los pasaportes y algo de dinero, estaban bastante en medio. A Clara le dio bastante mal rollo y de hecho no durmió nada bien.

Al día siguiente, hoy, me he quedado un rato embobado mirando el mar desde la terraza, mientras Clara se desperezaba. De repente he visto como un pez espada enorme empezaba a dar saltos en el agua, ha sido muy bonito. Con algo de temor hemos ido a la recepción a decirles que de las tres noches acordadas, nanai, que nos largábamos ya.

Por suerte nos hemos encontrado la madre del que lleva el lugar y como no sabía ni cuantas noches nos quedábamos ni nada, no hemos tenido problema con el ‘check out’. La complicación ha sido cuando en la playa hemos visto que la marea había subido y que para salir del lugar teníamos que meternos en el agua, que llegaba hasta la cintura.

El madrugón, la humedad y el calor del lugar –íbamos caminando entre árboles por momentos- nos ha costado una buena sudada y hemos comprobado lo que nos alertaba la guía, que por la mañana los hoteles son más caros porque llegan a la isla nuevos turistas con los ferrys e intentan colocar el máximo número de habitaciones. Si por la noche no han colocado a nadie, rebajan el precio de forma importante.

La recompensa ha llegado en forma de bungalow cañero en un resort con piscina, zonas ‘child out’ en especies de cabañitas y con colchones en la playa, bastante más caro, pero mejor aunque con la pega de que mañana nos tenemos que cambiar de habitación porque no tienen más. Lo hemos celebrado comiendo en un italiano, unas torradas de tomate con mozzarela y basilisco, una ensalada y dos lasañas de carne que estaban deliciosas! En total, 1070 bats, unos 25 euros.
 
Por lo demás, no hemos hecho gran cosa. Pasear por la isla, disfrutar en la piscina, contratar un bautizo de submarinismo para mañana. El plan inicial al llegar a la isla era sacarnos el primer curso de submarinismo pero no nos da tiempo. Luego miramos una excursión con kayak de seis horas que incluía ir a un arrecife para hacer snorkel con tiburones pero ha salido viento del sudeste y se ha cancelado. Nos conformaremos con hacer dos inmersiones y a ver qué pasa.

Para cenar, aunque cueste creéroslo, hemos tenido antojo de comida tailandesa, así que hemos ido a un local de aquí y hemos pedido Pad Tai, rollos de primavera, pan con ajo y pollo con curry amarillo y arroz, aderezado con unas cervezas. En total, 470 baths. Se nota económicamente cuando el menú es de aquí. Y antes de dormir nos hemos tomado un crepe de chocolate –de hecho ayer ya lo hicimos-, el de Clara ha sido con Nutella, ayer además tenía banana, mientras que el mío llevaba Nutella y coco rayado, mientras que ayer me lo pedí con Nutella y mantequilla de cacahuete. Cada crepe vale unos 40 baths, 1 euros aproximadamente.


Y nada, ahora, mientras en los baretos de la playa empieza la fiesta e incluso tiran fuegos artificiales, nosotros vamos a dormir que la verdad es que estamos muy cansados.

lunes, 10 de febrero de 2014

SOS estamos en un aeropuerto de playmóvil!!

Menudo miedito... Hemos dejado atrás la idílica Koh Maak y ya empieza la pesadilla. Pesadilla relativa, claro. Resulta que el avión que cogeremos de la provincia de Trat a Bangkok, sale desde un aeródromo o aeropuerto de juguete, como queráis llamarlo. No solamente porque es sencillo, sino porque si pones los muñecos de playmovil, de Pinipon, o cualquier Action Man, quedarían perfectamente en el lugar...

No acostumbro a escribir al mediodía sino que espero a que pase toda la jornada para explicaros qué hemos hecho. Cuando suelo actualizar, sobre las 17 horas en España, es porque aquí son las 23 y estamos a punto de ir a dormir o de dejar el hotel para hacer algo. Bien, hoy hago una excepción porque nuestro vuelo sale sobre las 18 horas y hemos llegado a esta versión 'chikipark' de aeropuerto a las 14.30 y claro, el aburrimiento inspira.

El día, hasta el momento, no ha ido mal. El último rato en el resort lo hemos invertido en el desayuno -Buena noticia, el gran grupo de chinos que había invadido el lugar ya se ha marchado así que al menos este rato lo hemos tenido tranquilo- y darnos un baño en la piscina. Se me ha hecho raro desayunar sin la deliciosa compañía de mediocentenar de chinos escandalosos. Su doloroso y triste espacio en mi alma lo han intentado llenar un grupo de adolescentes japoneses que llegaron ayer y que, al igual que los adolescentes españoles, dedican sus sobremesas a cotorrear y hacerse fotos con morritos y miradas a mitad de camino entre retrasadas e idiotas.

El grupo, de una docena de individuos, debían ser de algún colegio privado -en una mesa a parte había los adultos que los supervisaban- y se dedicaban a hablar entre ellos -imagino que por exigencias del guión- en inglés. La misma escena, con fotos incluidas, ya la vivimos ayer durante la cena. Pero en el fondo son soportables.

Sobre el hotel os diré que el personal es bastante peculiar. El que 'pincha y corta' es un meapilas al que hoy, para ser políticamente correcto, deberíamos llamar 'un jove refinat i que es cuida' aunque tiempo atrás lo describiríamos como 'un puto colom coix que perd oli', cuyo nivel de inglés es el mismo que tenía yo en primaria. Los colores y poco más. Y cuyo tono de voz es decreciente, por lo que se le oye al empezar a hablar pero poco a poco se va apagando.

Su amigo 'El coleta', ya es el 'number one'. Es el que lleva el restaurante/bar y la terraza del desayuno. No es que no sepa inglés, es que tu le preguntas o le dices cualquier cosa y su respuesta es 'OK'. Luego, evidentemente, hace lo que le sale del forro de los cordones. He escrito cordones, no seáis malpensados. Nos lo hizo ayer con la cena cuando pedimos sin picante y no había quién se lo comiera. O cuando le pedimos "¿Los rollitos de primavera pueden ser sin gamba, con pollo o cerdo?". Él dijo 'OK' y le sugerí a Clara que le preguntara si lo había entendido y él contestó "claro, queréis una ración de rollitos con gambas".

Pero en el fondo no son mala gente. Tienen sus cosas. El recepcionista, 'el guapo', se pasea por todo el hotel con un perro de esos cuya rabia le tienes es directamente proporcional a las ganas que te entran de pegarle una patada y mandarlo lejos. Y el lugar en si es chulo. Tiene una playa privada que durante el día apenas tiene agua por caprichos de la marea y por la noche se recupera, además de un muelle larguísimo, árboles dentro del agua, y un barco encallado en la arena, de fácil acceso, y que le da al escenario un aspecto melancólico brutal. La piscina es una pasada, con las vistas al mar.

Tras despedirnos y coger un taxi hacia el muelle, 'el guapo' se ha subido con nosotros, llevando evidentemente a su fiera, y nos ha acompañado imaginamos que para 'pescar' nuevos clientes recién llegados. Para el hotel, digo, no para sus perversas prácticas jejeje.

Mientras esperábamos, hemos aprovechado para escribir y enviar las postales correspondientes -lo sé, ya tocaba- mientras nos tomábamos unos batidos de coco y de fresa a la orilla de la playa viendo desfilar barcas y más barcas.

La barca muy bien, nos ha llevado en 45 minutos y por 450 baths cada uno a Trat, evitándonos que hacer trasbordo en Koh Chang, la isla fea de los primeros días de regreso a Tailandia. Como el agua estaba bastante plana hemos ido rapidito. Luego hemos cogido un taxista que nos ha llevado hasta el Aeropuerto sospechosamente radiante de felicidad por 500 baths. Imaginamos que esta batalla del timo la hemos perdido pero bueno... Somos los primeros en la cola de embarque jajaja.

Y aquí estamos, intentando fotografiar lo suficientemente bien la instalación -misión de Clara- para que os hagáis una idea. La cafetería, cuando hemos llegado, estaba cerrada, pero el menú que te ofrecen va desde unos espaguetis congelados de Súper que te cocinan con microondas, hasta unas pringles, pasando por cacahuetes, chocolatinas y galletas. Creemos que las Pringles de aquí te dan superpoderes porque el 'menú' que nos hemos tomado ha sido dos potes de patatas grandes, de los normales, una Coca Cola Zero y una Fanta de Fresa y nos ha costado 510 baths. Es por eso que hemos bautizado el aeropuerto de Trat como 'El aeropuerto de los 1000 baths'. Y también porque es tan poca cosa que estamos convencidos de que por otros 1000 baths (unos 25 euros) nos lo venden, como si fuera el Monopoly. Y sin pasar por la casilla de la cárcel.

Espero que se vea claro que el edificio como tal no existe, no tiene paredes, solamente columnas, y que los autobuses que nos llevarán al avión de plástico que imagino que nos vendrá a buscar también son los que empleaban los hijos de los dinosaurios para jugar.

Pero al mal tiempo buena cara. Esta noches, si todo va bien, dormiremos en Koh Samui, desde donde mañana a primera hora tomaremos un barco hacia Koh Tao, la que será nuestra última base de operaciones durante las tres próximas noches. Sin más...

Besetes!

domingo, 9 de febrero de 2014

Tailandia por arriba y por debajo del mar

A Tailandia se la puede descubrir o redescubrir de dos maneras bien diferentes. Por encima del agua o por debajo. Básicamente es lo que hemos hecho entre ayer y hoy. El sábado me fui a pescar con un pescador local que no hablaba inglés mientras que hoy hemos hecho una excursión de snorkel viendo el fondo marino.

El sábado nos levantamos para descubrir esta isla, Koh Maak, que como os conté tiene 16 kilómetros cuadrados. La verdad es que es un gran sitio y cien por cien recomendable. Lo ideal es alquilar una moto para recorrer todas las carreteras aunque tampoco no es ningún drama calzarse las bambas y caminar de un sitio para otro. Nosotros optamos por la moto. Alquilarla todo el día nos costó 350 bats (no llega a los 10 euros). La verdad es que para ir de un lado a otro de la isla no tardas ni 10 minutos, así que imaginad...

Bien, tras comprobar que nuestro hotel si que se ha visto afectado por el puñetero Año Nuevo Chino, así que estamos rodeados de "putos charlies", nos dimos a la carretera... Cinco minutos. Lo que tardamos en ir a otra playa de unos tres kilómetros. Ao White Sand Beach, creo que se llama. Aquí está todo más limpio que en Koh Chang pero tampoco es la maravilla que te venden en las postales que están demasiado toqueteadas con photoshop. Está bien venir hasta aquí y comprobar por ti mismo y en primera persona que los menorquines somos unos privilegiados por tener lo que tenemos y que debemos cuidarlo.

Evidentemente en Macarella, Mitjana, Ses Olles o Son Bou, por citar algunos ejemplos menorquines con agua azul y arena muy blanca, no tenemos palmeras con cocos o en las que tumbarte a descansar pero bueno, los menorquines somos más simpáticos que los Thai y que los occidentales que dejan atrás su vida para volverse hippies y montar sus negocios aquí. En uno de esos en plena playa nos tomamos unos batidos deliciosos de sandía y papaya.

Después de pasear varias horas y agenciarnos una buena dosis de sol, retomamos la carretera y, sin ruta fija, fuimos siguiendo el camino hasta que el asfalto se volvió camino de polvo y volvimos al hotel.

Había contratado una excursión con un pescador local al anochecer, para ir a pescar calamares, en teoría, en la bahía. Resulta que nadie más lo hizo y que solamente fuimos nosotros dos. El asunto se volvió más raro cuando el hombre me dijo que no tenía ni idea de inglés. Así que el plan consistía en pasarme tres horas a oscuras en una barca de unos tres metros de largo con un tailandés con el que no me podía comunicar.

Fue una pasada. Primero porque el señor decidió que en lugar de ir a por calamares, iríamos a  pescar normal, 'com si naguessim a pes serrans'. Me las armé para generar un código de comunicación para entendernos para que el rato fuera más ameno. 'Bye bye', significaba que no llevábamos el pez, que lo habíamos perdido; mientras que 'no bye bye', significaba que lo teníamos. 'Barbecue' quería decir que era bueno para comer, 'no barbecue' era que no merecía la pena guardarlo. Nos entendimos lo suficiente para llenar el cubo de pescado.

Fue una buena forma de cerrar el día. Esa y los pedazo de spaguetis boloñesa que me sirvieron en un antro donde no paraban de salir personas de la cocina, mientras uno fumaba, otro se paseaba desnudo con solo una toalla, un perro iba y venía a sus anchas... En fin.

Hoy nos hemos montado en un barco y hemos ido de excursión por unas islas que son un parque nacional y por lo tanto son reservas. Ha molado lo suyo porque en el primer parón había mucho coral, además de peces de colores de todos los tipos. Hemos estado una hora, antes de ir a una playa a comer. Luego hemos dado una vuelta antes de ir a otro sitio y hacer otra tanda de snorkeling.

Ha sido muy chulo nadar rodeados de barracudas y ver la inmensa cantidad de erizos de mar que hay. Son igual de negros que los que se ven por Menorca pero con la diferencia de que tienen las púas mucho más largas y las mueven si acercas la mano para pincharte.

Hemos aprovechado el viaje de regreso a Koh Maak para echar una siesta tumbados en el solarium del barco aunque un par de niños no dejaban de dar por saco. Uno de ellos se había bebido durante la excursión tres latas de Coca Cola, no es de extrañar que no parase quieto yendo y viniendo. No contentos con la sobredosis de burbujas, los padres le han comprado un Seven Up al llegar a puerto. Para mí que a ese niño si lo agitas un poquito lo mismo sale volando como cuando remueves una lata y echando espuma por la boca.

De vuelta al hotel, hemos decidido quedarnos a cenar aquí porque estamos bastante aislados de todo y para ir a cualquier lado teníamos que pagar un taxi de ida y otro de vuelta, unos 200 bats. ¿Os acordáis de la experiencia con el exceso de picante? Pues aunque al pedir la comida exijas que NO SEA PICANTE, se pasan por el forro tus exigencias y hacen lo que les da la gana. O no te entienden o no te quieren entender, así que nuestro pollo al curry se lo ha terminado comiendo un perro callejero de los que abundan en la isla.

Mañana pasaremos el rato en la playa del hotel, donde hay un barco varado además de cocoteros y un muelle kilómetrico, antes de coger un barco que nos lleve de vuelta a Trat, desde donde cogeremos un avión sobre las 18 horas de aquí, rumbo a Bangkok, para luego coger otro a la isla de Koh Samui, donde pasaremos la noche. A primera hora del martes cogeremos un ferry que nos llevará a Koh Tao, donde pasaremos nuestras últimas tres noches en Tailandia.

Sin más, apago y voy a dormir.

Besetes!



viernes, 7 de febrero de 2014

Cuando todo va mal, solamente puede ir a mejor

Hola, hola!! ¿Qué tal andáis? A nosotros se nos ha pasado un poco la euforia de ir narrando nuestras aventuras y la verdad es que llegados a este punto da algo de pereza tener que sentarse cada noche cuando ya estás agotado, a tener que pelearte con la mala conexión de internet de turno para colgar lo que hemos hecho. Pero bueno, seguro que mañana ya volvemos a estar con los ánimos de compartir la experiencia a tope. Estos dos últimos días han sido completamente opuestos. Ayer -el jueves- nos tomamos unas vacaciones de las vacaciones, o lo que es lo mismo, 'no vam fotre un brot', mientras que hoy hemos llegado a Koh Maak, una isla de 16 kilómetros cuadrados y es una auténtica gozada. Como siempre, por orden.

La isla de Koh Chang (Koh, en tailandés significa isla) nos defraudó bastante, la verdad. Las playas estaban algo sucias y el agua bastante revuelta por lo que no apetecía demasiado nadar. También, las malas vibraciones que los últimos días nos han acompañado, retrasos, estafas con lo que debían durar las cosas, movidas y broncas con el personal han hecho que pareciera que todo nos salía mal hasta el punto de preocuparnos y robarnos la energía.

Por eso el jueves, a excepción de la mañana, que nos la pasamos en la playa de Klong Beach, nos tiramos el resto del día en el hotel. El bungalow no estaba mal, algo pequeño, pero en un jardín al lado de la piscina. Lo mejor fue sin duda conocer a Míster James Bond, un tailandés tremendamente simpático y eficiente que era el encargado de llevar el hotel, que pertenece a un holandés. De verdad, una pasada el chaval, que trabaja unas 14 horas al día –Ellos están ahora en temporada turística- y que lo mismo te hace de recepcionista, que te vende una excursión, que te toma los pedidos de la cena y todo con una simpatía y una sonrisa encomiables.

Una joya de trabajador al que si se parecieran muchos de los menorquines que viven del turismo, la Isla tendría muchos más visitantes, sin duda. No exagero, lo sabéis. Nuestra ajetreada tarde se dividió entre piscina, jacuzzi, masage y siesta. Y lo peor es que acabamos agotados, como si hubiésemos hecho como los otros días en los que no paramos.

El colofón de la tarde fue una cena, también en el mismo hotel, donde predominaron los platos occidentales. Spaguetis boloñesa, spaguetis con salmón, cordon blue con patatas fritas y tiras de pollo con arroz y salsa de anacardos. Todo ello coronado con un May Thai, un cóctel que si no recuerdo mal está hecho con ron blanco, ron negro, zumo de naranja, granadina y un ingrediente más que no recuerdo. Además, con el lujo de tomármelo en el jacuzzi. Dormimos como dos troncos.

Hoy nos hemos despertado temprano, la barca rápida que contratamos para ir de Koh Chang a Ko Maak, ha salido a las 9.30 y para nuestra sorpresa, no solamente hemos ido más rápido de lo previsto sino que nuestra isla ha sido la primera. Hemos ido sin reservar nada, a la aventura, y gracias a una mujer alemana que vive en la isla y que regenta un punto de información, hemos conseguido un bungalow en el Cinnamon Art Hotel & Spa, bastante pijo. Es otro caprichito más que deberemos reparar a base de horas delante del ordenador trabajando, pero bueno…

La piscina es una pasada porque es de las que no tienen bordes y el agua cae por los lados, además, parece como si diera al océano porque tiene unas vistas increíbles. Además, tiene una playa bonita, aunque durante el día la marea está muy baja, y un muelle privado larguísimo. Los dos nos hemos mirado y nos hemos dicho “¿Ha cambiado por fin la suerte?”.

Entre las actividades del hotel está el alquiler de kayak. Ya sabéis lo aficionado que soy así que hemos cogido uno, las gafas de buceo, y nos hemos ido a la isla desierta de en frente, Koh Kradad. Hacía viento y las olas han complicado un poco el viaje pero ha valido la pena porque éramos los únicos que estábamos allí, en una playa más grande que la de Son Bou, a excepción de una pareja que han aparecido de la nada, aunque sin problemas.

Desde el primer momento me he fijado en que estaba llena de palmeras con cocos y he decidido que quería coger uno, pelarlo, abrirlo, bebérmelo y luego comérmelo. Después de la excursión por las piedras, que estaban repletas de cangrejos ‘molt maleits’, he cogido un coco del suelo que tenía muy buen aspecto, y a pesar de que Clara ha dicho que no podría pelarlo con las manos, con la ayuda de una piedra he podido hacerlo. El agua de coco estaba muy rica y la fruta no estaba mal, aún a riesgo de que me pille una diarrea del copón.

A la hora de regresar, el viento seguía dando por saco, por lo que el paseo que se tenía que hacer sin demasiados problemas, se ha complicado y alargado un poco. Nada serio. Como el resort está un poco apartado de los demás en la Isla, hemos decidido quedar a cenar aquí y mañana alquilaremos una moto para recorrer el terreno.

Mala idea. No hemos disfrutado con la cena. Yo me he pedido macarrones con pollo, pero no me ha gustado el toque tailandés de los demás productos que llevaba la salsa, mientras que Clara se ha pedido un poco de arroz con ‘seafood’ (bichos del mar) y piña, que tampoco le ha convencido. De segundo, hemos compartido un pollo con curry amarillo que había pedido normal pero que por sugerencia de mi compañera de aventuras, ha sido ‘medium’ en la escala de picante. Maldito el momento en el que he aceptado.

La salsa, en un primer momento, ha sabido realmente buena pero pasados unos segundos, el picante arrasaba con todo lo que encontraba. Cada bocado notabas el hinchazón de los labios, el sudor en la frente y el estómago revolviéndose sabedor de lo que se aproximaba. Más que nada porque esa salsa dentro de la tripa lo corroe todo y estoy seguro de que si la usas como aguarrás también surte.

Para matar el mal sabor de boca, nos hemos pedido un Muay Thai y un Mojito. Ha funcionado porque varios sorbos después, todo nos daba igual. Cansados por el madrugón, la paliza de remar y con la batalla de las Termópilas celebrándose en nuestro estómago, nos largamos a dormir.
                               
Sed buenos, besetes!
  

miércoles, 5 de febrero de 2014

Campando a mis anchas por las fronteras

El tiempo en Camboya, sobre todo, y en Tailandia, es muy relativo. Tan relativo como el individuo que lo manipula quiera. Porque no son lo mismo cinco minutos de más o de menos en España, en Inglaterra o en Perú. Es cierto que el tiempo pasa volando cuando estás de vacaciones y disfrutas pero cuando ves que te toman el pelo no solamente en lo económico sino también te meten mano al reloj que cuenta el tiempo que te queda libre de ocupaciones, cabrea un rato.

En Camboya nos hemos dado cuenta de que cualquier aproximación temporal que haga se parece lo mismo que un palo a una pelota. En nada. Por poner un ejemplo, el barco que cogimos ayer de vuelta de nuestro paraíso a Sihaonuk Ville (No sé si llegaré a aprender cómo se escribe el lugar este) en teoría duraba dos horas, o así nos lo dijeron cuando nos vendieron alegremente los billetes.

Bien, la realidad fue que tardó tres horas. En la ida y en la vuelta. Otro ejemplo ha sido el bus de hoy que nos ha llevado hasta la frontera para volver a Tailandia. En teoría a las 16.00 debíamos estar en Koh Chang, la isla donde dormiremos los dos próximos días. Pasadas las cuatro estábamos esperando para coger la furgoneta que nos ha llevado, en un viaje de dos horas, al lugar donde hemos cogido el ferry hasta la isla. Un cachondeo al que, cuando te quejas, solamente saben responder poniendo cara de cabreo comprensible en plan “es cierto, amigo turista, te hemos fallado”, mientras se la trae floja o muy floja, todavía no lo hemos decidido.

Con la tontería, los dos últimos días han sido de viaje. Ayer desde Koh Rong Samloem hasta Sihonuk Ville, pasando por otra isla, Koh Rong, en un paseo en barco que se nos hizo eterno, casi más pesado que las seis horas (3+3) en furgoneta en Chiang Mai. Hoy, hemos salido sobre las 9 de Sihonuk Ville y hemos llegado al hotel a las 21.15 y después de discutir con el de la furgoneta y luego con un 'tuk tukero'. Pero bueno, os explico un poco, ¿os parece?

Nada, ayer últimos chapoteos y con ganas de dejar Camboya de la cual me llevo una impresión de mejor a peor. Empezó bien pero la poca mano de sus habitantes para con el turismo me han terminado asqueando. Y a Clara juraría que también. El mal sabor de boca se maquilló significativamente con la cena que nos pegamos al llegar. Pad Tai (fideos fritos con pollo), fideos con calamar y gambas al estilo Singapur, ensalada griega y hamburguesa de ternera con patatas fritas (sorprendentemente una de las mejores que he probado en mi vida), un postre casero de hojaldre de tarta de queso con chocolate líquido (BRUTAL) y helado de coco con topping de helado Bounty. Además de dos cócteles, mojito y uno de ron con fruta de la pasión, entre otros ingredientes que no recordamos. En total, 36 dólares. Un chollo, y con el mejor servicio en todos los sentidos –higiénico, eficaz, simpático…- de todo el viaje. Digno de repetir.

El hostal es otra historia. Si reservas una habitación por teléfono en un ‘Guest house’ que se llama ‘Lucky Guest House’ te puedes esperar de todo. Desde exceso de alegría en la decoración hasta límites nauseabundos hasta el típico asesino en serie que merodea el lugar. Afortunadamente fue lo primero. Aunque a su favor diré que la ducha tenía mucha potencia de agua y eso, por estos lares, no se paga ni con todo el oro del mundo.


Y bueno… Hoy, unas 12 horas de autobús, furgoneta y algo de barco. Lo más destacable ha sido que el bus iba lleno hasta los topes como podéis ver en el vídeo y el paso por la frontera, que ha sido esperpéntico. El bus ha llegado a un sitio, después de seis horas, y cuando todo el mundo ha bajado, las maletas habían desaparecido. Evidentemente me he puesto nervioso porque después de estar seis horas enlatado en un asiento enano como la sangre no circula bien, pues se me han hinchado los cataplines. (Aquí tenéis el video del interior del bus)

De repente un señor me dice que se las han llevado en un carro hacia la frontera, así que empiezo a correr, cruzando de un país a otro obviando a los guardias de seguridad de un lado y de otro, hasta que me he encontrado con el muchacho del carro. Ahí me había separado de Clara y claro, yo ya estaba en Tailandia y ella en Camboya. Nada, que vuelvo atrás, sin que nadie me diga nada, y me encuentro a Clara gesticulando con un chino de las narices mientras él no soltaba el pasaporte.

Llego y me dice Clara que el chinaco dice que hay que pagar 300 Baths tailandeses (unos 8 euros creo) para salir de Camboya y que hay que ponerlos dentro del pasaporte y entregarlo en la aduana. Lo que mayormente se conoce como una tomadura de pelo. Y yo, con los mismísimos todavía en su máximo hinchazón le pregunto por qué y luego, en el español plano de toda la vida lo mando a la mierda consciente de la estafa. Él quería acompañarnos durante todo el proceso, imaginamos que para que las autoridades vieran a qué sabandija debían agradecer luego esa ingreso extra con una comisión.

He preparado el dinero por si las moscas, escondiéndolo en la mano en lugar de entregándolo en el pasaporte, y nos hemos puesto a la cola. A la pareja de delante le han hecho todo el proceso legal, todo estaba en orden, y luego le dicen “you have to pay 300 baths for go out of Camboya”. Los han pagado, no han tenido más remedio. Había pensado que si me pedían la pasta a mi les exigiría algún recibo o algo, aunque no creo que hubiese sido suficientemente disuasorio pero la impotencia de ver como se ríen de ti a la cara indigna.

Por razones que desconocemos, no nos han pedido nada. Quizás porque cuando los otros dos pagaban he puesto mala cara o porque Clara, que también tenía lo suyo bien hinchado, les hubiese arrancado la cabeza. La tensión en el lugar se palpaba perfectamente, de hecho un francés, después de ser estafado y sabedor de ello, ha ido hacia su intermediario (que también le había agarrado el pasaporte como el otro con Clara) y cuando pensaba que le iba a soltar un puñetazo (o guantazo porque creo que es algo más estiloso que va con los franceses) le ha hecho un corte de mangas. Aunque en esos momentos era 300 baths menos rico y feliz.

He tenido que abrir mi maleta (la barba de tres semanas ya empeora considerablemente mis pintas ya de por si complicadas con la cicatriz) y luego nos han hecho el visado en Tailandia, mucho más eficaz y legal.


Al llegar, nos hemos subido a una furgoneta que iba realmente muy rápido, hasta el muelle desde donde hemos embarcado. Hemos tenido que comprar los billetes de barco cuando en teoría estaban ya pagados y hemos tenido que decir a qué playa íbamos hospedados. He mirado el mapa y he deducido que era Lonly Beach.

Tras el tute de barco, unos 40 minutos, y llegar a la isla con la noche más oscura, hemos descubierto que está llena de pendientes muy pronunciadas aunque no hemos podido ver qué vistas había. La furgoneta ha ido dejando gente y cuando solamente quedábamos nosotros y una pareja de canadienses que habían estado hablando todo el rato con el conductor, a ellas las ha dejado en la puerta de su 'Guest House' mientras que a nosotros se ha parado en mitad de una calle y dice "Lonly beach". Cuando le he enseñado la dirección se ve que el hotel está en Bailan Bay y ha dicho que él no podía ir hasta allí, que su furgoneta se paraba allí. Le hemos dicho que asumíamos que era nuestro error y que pagábamos la diferencia pero el chófer erre que erre. Me he exaltado y le he empezado a hablar en menorquín, harto, y nos hemos ido en busca de un taxi.

El follón no ha acabado allí ya que hemos preguntado dónde estaba el hotel y nos han dicho que entre un kilómetro y dos kilómetros de donde estábamos pero por carretera, así que he ido a un 'tuk tukero' le he dicho el lugar y me ha dicho que nos llevaba por 50 baths (algo más de un euro). El trayecto ha sido muy corto pero con cuestas muy pronunciadas. Cuando hemos llegado le he dado los 50 y me dice que no, que son 100, 50 cada uno. Todos los nervios y la tensión del día acumulada ha salido.

Le he empezado a decir, sin chillar, pero evidentemente enojado, que estaba harto de camboyanos mentirosos y de tailandeses mentirosos, que el trato que habíamos hecho era por 50 baths y que era lo que le pagaba. Él me ha dicho que en la isla el precio se fija por personas y yo le he dicho que eso no me lo había dicho al principio, cuando negociábamos el precio. El, todavía más enfadado, ha tirado el billete de 50 al suelo y se ha ido hacia el 'tuk tuk'. Le he seguido y le he dicho en inglés "en mi país pagamos lo que prometemos" pero no ha querido coger el billete. 

Con Clara hemos bromeado de si mañana nos esperará en la puerta del hotel con un grupo de amigos para romperme las piernas y cobrarse lo suyo. Jejeje espero que no. Sin más, cansados de todo y de todos, nos vamos a dormir esperando que mañana el día mejores considerablemente.

Besetes!

(Os he puesto unas fotos de los dos días y un video de cómo íbamos en el autobus porque ha sido un día tan agotador y feo que no hemos hecho fotos apenas)