En Camboya con un dólar americano puedes comprar lo que
quieras. Es el precio estándar que ponen sus habitantes a cualquier cosa que te
quieran vender. Al menos en los mercadillos y en los puestos cercanos a los
monumentos, que es por donde más nos hemos movido estos dos días. La primera
impresión, que se va comprobando a cada minuto que pasa, es que Camboya es un
país por hacer. El auténtico turismo en masa todavía está por llegar pero ya
abundan japoneses, chinos, vietnamitas y tailandeses. ¿Os explicamos qué hemos
hecho estos dos últimos días?
Bien, en la última actualización os dejaba a punto de
dormirme en el vagón cama del tren nocturno que iba de Chiang Mai a Bangkok.
Podéis ver cómo eran las camas, al menos las literas superiores, donde nos tocó
dormir. La verdad es que por la excepción de un importante de grupo de turistas
rusos que iban con un pedo considerable, el medio de transporte es muy cómodo.
A las 19 horas montan las camas entre los asientos de abajo y si quieres seguir
charlando tienes que ir al vagón cafetería –donde los rusos se subministraban
el vodka y el whisky necesarios para tocar las narices de manera soberana.
Aquí debería hacer un inciso para contaros la historia de un
yankee que se lo quería hacer con unas australianas, una historia que nos dio
mucho juego para pasar el rato porque el muchacho en cuestión era una pieza de
coleccionista. Estos trenes van cargados de mochileros que charlan e
intercambian impresiones y opiniones mientras se recomiendan destinos. Pues la
criatura en cuestión se dedicó a alardear vomitivamente. “I’m an artist”, fue
una de las perlas que le soltó, antes de especificar que se dedicaba a la
joyería. Una de ellas, la que le daba más coba mientras se pimplaba una y otra
cerveza, le soltó “Are you famous?”. Nos costó lo suyo aguantarnos la carcajada
porque si llegamos a dar rienda suelta, lo mismo hasta nos oís en Menorca. La
charla, que se hacía a viva voz para que todo el vagón se enterara, también
incluyó “I’ve got a show”, por lo que deducimos que el fulano además salía en
televisión.
La verdad es que nos entretuvimos bastante oyendo las
tonterías que soltaban unos y otros. Él exhibiendo una falsa modestia que
tiraba para atrás y la otra poniéndole ojitos. ¿Queréis saber el final de la
historia? La muchacha se pilló una cogorza de escándalo, se coló en la cama del
artista, que tenía reservada una litera inferior (más grande y cómoda que la
superior) y envió al muchacho a dos velas y convencido de que había conquistado
al pajarito a la que le tocaba a ella, una de arriba. Por la mañana, él se
marchó sin despedirse… No porque estuviera hasta las cejas de resentimiento,
que puede, sino porque la otra estaba semiinconsciente vomitando en la cama
mientras le decía a la supervisora del vagón que se había mareado y ésta le
insultaba mientras le mostraba las tres botellas de cerveza de medio litro que
tenía al lado de la cama y la multaba. Una buena anécdota, sin duda, para
amenizar las 14 horas de viaje.
Sobre las 22 casi todo el mundo dormía. Pensamos que era demasiado
pronto y no entendimos por qué razón pero resulta que a las 6.30 nos
despertaron para desmontar el chiringuito –menos a la bella durmiente etílica
que estaba en pleno viaje interestelar entre babas y papilla incapaz de
moverse- . Ya nos vino bien porque al llegar a la estación, sobre las 7.30,
tuvimos tiempo de coger un taxi e ir al aeropuerto y cambiar los billetes de
avión a Camboya por unos 12 euros, una ganga teniendo en cuenta que sino
teníamos que esperar unas seis horas allí tirados para que saliera nuestro
avión.
Bien, el carma –del que ya os he hablado en otras entradas-
vino a tocar las narices. Resulta que el vuelo internacional que se hace entre
Bangkok y Siam Reap que dura una hora y que opera Camboya Air Flight, se hace
en un avión de hélices de “quan en Franco era corneta”. Más viejo que el DNI de
la Duquesa de
Alba. De los que Iberia no utiliza ni para exponerlos en el museo. Un cacharro.
Ya sabéis, los que me conocéis, que yo soy más de correr y
nadar que de volar, pero con el apoyo de Clara y sin ningún tipo de suplemento
médico – pastillita/tranquilizante recetada por mi médico de cabecera- se hizo
muy llevadero. Además, con la entrada en el nuevo país, comprobamos las
complicaciones burocráticas que conllevan. Clara tuvo que rellenar tres veces
el mismo papel porque donde decía número de pasaporte puso el DNI la primera vez y en la segunda, puso la
nacionalidad. Un drama.
El aeropuerto en cuestión es un ejemplo fehaciente del país.
La instalación es más pequeña que el de Menorca en sus tiempos pretéritos.
Minúsculo. El bus te recoge para hacer la ridícula distancia de cien metros.
Además, en el punto de llegada, había once personas para gestionar los visados.
En nuestro vuelo no llegamos a 20 pasajeros. La escena era surrealista ya que
de los once, cinco estaban comiendo, uno bebiendo una cerveza, otro jugando con
una botella y los pasaportes iban pasando de mano en mano.
Un consejo, si algún día vais a Camboya, no cambiéis Rihals,
la moneda camboyana. Está súper devaluada y te puedes mover con tranquilidad
por el país con dólares. El cambio ahora es un dólar, 4.100 rihals,
aproximadamente y solamente son cómodos para dar a las muchas personas que te
vienen a pedir una ayuda.
El país parece como si estuviera en construcción. La
carretera, mal asfaltada, no tiene arcén, es un camino, y no tienes la
sensación de entrar en una ciudad cuando llegas a Siem Reap, sino que te vas
encontrando edificios en calles –por decir alguna cosa- polvorientas. No hay
tanto tráfico como en Bangkok, ni tantas personas, pero el trato es mejor. El
albergue nos ha costado 26 dólares dos noches y aunque tiene algunos mosquitos,
viene bien para compensar el presupuesto.
Al haber ganado tiempo –algo mucho más valioso que el propio
dinero en cualquier tipo de viaje- decidimos ir a visitar los templos de
Angkor, algo sencillamente espectacular. Si Ayuttaya ya nos encantó, estos
restos son muchísimo más bonitos, aunque desgraciadamente tienen muchísimos más
visitantes por lo que en según qué lugar cuesta estar tranquilo y empaparse de
la tranquilidad que en su momento debía reinar en ese lugar.
Nos timaron un poco con el ‘tuk-tuk’ camboyano ya que el
primer día nos sabló 17 dólares por una excursión de cuatro horas y el segundo
20 por otra de seis. Seguramente la primera tendría que habernos costado 8 y la
segunda 10, siendo muy generosos, pero bueno, no nos arrepentimos de pagarlo
porque lo demás es tan barato que compensa.
Antes de regresar a la ciudad, hicimos un poco más de guiris. Se ve que hay un monumento, el Phnom Bakley, que está en lo alto de una montaña y desde donde se ve una puesta de sol bellísima. Aconsejados por el 'tuk-tukero' nos acercamos hasta allí y nos encontramos con miles de personas haciendo cola para lo mismo. Como tontitos, aguantamos empujones y achuchones, para tener un sitio. Hubo momentos de tensión, como cuando un británico bastante grandote le estuvo a punto de romper la cabeza a un chino que, según decía la esposa del señor, le había tocado el culo varias veces. El chino iba con su mujer y su hija. Pero bueno, no me dio pena porque los chinos no respetan para nada las colas, hacen lo que les da la gana, son muy maleducados, y pone de mala leche. Bien, llegamos arriba, vimos que la terraza del monumento estaba llena, y pensamos que mejor que la puesta de sol en Son Bou es imposible, así que tiramos un par de fotos al astro rey y nos piramos.
Por la noche fuimos a cenar a un restaurante khemer (se
pronuncia jemer) que es la cultura que aquí impera y no estuvo mal, aunque en
otras mesas tardaron lo suyo. Cenamos unos rollitos, unos noodles (tallarines)
con pollo, anacardos y verduras, unas gambas a la plancha –No tenían pinta de
ser radiactivas- y curry rojo con arroz. Eso más cuatro cervezas Angkor, las
locales, que no estaban nada mal, fueron 14 dólares.
Después nos dimos un paseo por el ‘night market’ donde a
Clara le dieron un masaje de 30 minutos por un dólar, yo me compré unas Ray Ban
(Ejem!) y unos pantalones de hippy por cuatro dólares y nos ofrecieron el oro y
el moro. Al principio de la negociación intentan clavarte lo que costaría en
Occidente. Por ejemplo el precio de las gafas era de 11 dólares, le dije que le
ofrecía 1 y al final la negociación se saldó demasiado rápidamente en dos, por
lo que salí perdiendo seguro. Igual me pasó con los pantalones. Tras haber
gastado como buenos turistas, nos marchamos a dormir.
A las 10.30 hemos empezado el segundo día por Siem Reap en
el que hemos visto la friolera de nueve templos bajo un sol de justicia que
invitaba a hacer cualquier cosa menos pasear. La zona se llama Angkor Thom y
los sitios que hemos visto son Bayon, Baphron, Phimeanekas, Terrace of Leper
King, Phrea Paliley, Tep Pranam, Char Say Thavade, Thommara, Ta Keo, Ta Prohm
(donde se rodó una de las películas de Tomb Raider), Bantay Kalei y Sras Sray,
que es una especie de altar al lado del río.
Cuesta un montón describir los monumentos, pero para que os
hagáis una idea, la sensación es como si estuviéramos dentro de la película de
‘Indiana Jones y el Templo maldito’. Impresiona mil veces más que Ayuttaya
además está mejor conservado y no tiene tantos budas, aunque sí que es cierto
que cada tanto te aparece una ancianita ofreciendote una pulsera a cambio de un
donativo (Do you want lucky?, te suelta). Lo reconozco, ya llevamos seis
pulseras Jejeje.
A pesar del montón de turistas que hay en la mayoría de
templos, se respira un ambiente especial. Hay muchísimos monos salvajes que los
custodian y que observan orgullosos a los visitantes como diciendo “sí, os
concedemos el privilegio de dejaros pasar en nuestro territorio”, mientras que
en algunas torres, los murciélagos chirrían estridente y agudamente como
quejándose por el exceso de turistas que perturban una tranquilidad que era
solemne hasta que el hombre, de forma consciente, regresó al lugar, hacia el
1975.
Cuando ya hemos aburrido los templos –Resulta curioso, ahora
entiendo la devoción de los guiris por las Navetas y las Taulas, pero la verdad
es que cuantos más hay más quieres ver aunque parezca que son muy similares-
hemos vuelto a la ciudad a comer, sobre las 17 horas. Ha tocado un restaurante
indio en el que “hem fet endemeses”, pidiendo un montón de comida.
En el hotel nos hemos duchado y ahora estamos descansando
antes de ir a cenar de barbacoa, algo muy típico de aquí y se ve que es fruto
de la influencia francesa.
Mañana tenemos la duda de si ir a hacer tirolina entre
árboles altísimos –os prometo que los he visto de más de 20 metros- o
agenciarnos una mega sesión de spa, que es algo también muy típico de aquí
porque hay villas hoteleras de escándalo, hasta las 20.30 que sale el bus que
hemos contratado para ir a Sihanouk Ville, una ciudad costera al sur del país,
a la que pensamos llegar sobre las 8 de la mañana y desde la que cojeremos un
barco para ir a Koh Rong, una isla de esas en las que apenas hay gente y
confiamos en instalarnos en un bungalow en la misma playa.
Sin más y largándonos a seguir descubriendo Siem Reap, la
séptima ciudad que nos encontramos en nuestro viaje –tras Dubai, Bangkok,
Ayuttaya, Chiang Mai, Chiang Rai y Chiang Reap- y lo que supone el cuarto país
tras Emiratos Árabes, Tailandia, Laos y Camboya.
Besetes!