Levantarte, caminar unos doce pasos y estar en el agua, es
una gozada. Se mire por donde se mire. Y más si estás en mitad de una playa de
arena fina y blanca, con un mar tan tranquilo que parece que lo cubra un manto
invisible y con un sol que irradia calor y una sobredosis de buen rollo. Pues
así fue el despertar del primer día en nuestra particular isla paradisíaca.
Hay que decir que el lugar en cuestión tiene sus peros. Como
que la electricidad está limitada de las 18 a las 23 horas, no hay wifi ni nada que se
le parezca, que a las 4 de la mañana hay un gallo que empieza a cantar y que a
las seis, de nuevo, el animal se echa unos berridos.
Todo esto, y que en mitad de la noche me ha cogido un ataque
de diarrea brutal, ha condicionado el rato de dormir. Aunque el premio ha sido
que cuando me he despertado a las 4 para correr urgentemente al WC, el cielo
estrellado estaba más intenso que nunca porque solamente había una luz en toda
la isla, o al menos en toda la bahía.
A pesar de todo, a las 8.30 ya estábamos en pie, para
aprovechar al máximo el día. Tras el baño y el paseo matutino por la playa,
hemos decidido ir a explorar la playa del otro lado de la isla, porque a las 12
además tenía prevista la llegada el barco ese que nos llevó a nosotros el día anterior
y queríamos evitar el desembarco de turistas.
Nosotros estamos en Saracen Bay y hemos cogido un camino de
unos 40 minutos por la selva a Sunset Beach, una playa que tiene la arena
dorada en lugar de blanca y donde había mucha basura, además del agua revuelta
y algo de viento. Hemos desayunado allí y luego hemos alquilado dos equipos
para hacer snorkeling a cinco dólares cada uno. Una ganga (modo ironía ON).
Después hemos estado tumbados al sol y cuando ya nos hemos enfartado hemos vuelto a nuestra playa,
para recorrerla hasta el final, donde en teoría hay un poblado de pescadores,
pero en realidad nos hemos dado cuenta de que hay más resorts de los que
pensábamos.
Tras el paseo, hemos vuelto al bungalow y hemos nadado hasta
que ha caído el sol. Yo me he ido a mirar a unos niños de la isla que se pasan
el anochecer pescando desde uno de los tres muelles que tiene la playa. Me ha
hecho gracia porque cuando solía ir a pescar al puerto de Maó y era muy crío,
venían gente mayor a hablarme y hoy he sido yo el mayor, preguntando a los
chavales.
De vuelta, me he encontrado con dos sepias en libertad, lo
que da una idea clara de cómo está la fauna marina aquí. La verdad es que es
genial ver peces por todos los lados. El problema es que está sucio y los camboyanos
no ven necesario cuidar el medio ambiente. De hecho, tiran todo lo que les
sobra al mar o al suelo. Si de verdad confían en convertirse en un destino TOP
en el futuro más inmediato, deberán concienciar mucho más a sus habitantes.
Hemos cenado pronto, sobre las 20 horas, y antes de volver a
la habitación nos hemos entretenido un rato más con el pláncton, intentando
hacer un video para enseñaroslo pero no ha habido forma, está todo tan lejos
que no se puede apreciar.
Y bueno, hoy me despido pronto porque tengo mucho sueño y
quiero descansar cuanto antes para seguir aprovechando el viaje durante el día.
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