Nuestra aventura llega a su fin… Pero antes de regresar al
mundanal ruido, nos hemos dado un último capricho en forma de escapada a Koh
Tao, una isla genial, no solamente por sus playas limpias, agua turquesa y
transparente, sino porque en apenas
21 kilómetros
cuadrados acumula fiesta desenfrenada y tranquilidad total, para todos los
gustos y necesidades. Una pena pasar aquí solamente tres noches porque nos
sentimos muy a gusto por aquí. Porque Koh Tao es esa isla o ese lugar al que todos, cuando estamos hasta las cejas de estrés, nos gustaría escaparnos para no volver. No es paradisíaca ni virgen del todo, pero os aseguro que a cualquiera que se deje caer por aquí algún día, entenderá de lo que hablo. Aunque los dos no nos sentimos así de bien desde el primer momento que llegamos… Dejadme que os cuente.
Cuando estábamos en el inacabable viaje de regreso de Koh
Samloem a Sihaonukville, en Camboya, conocimos un matrimonio canadiense con el
que compartimos paraíso. Charlando un buen rato advertimos que teníamos gustos
similares, algo alejados de lo que por aquí comúnmente se conoce como ‘bag
packers’ o mochileros. Nos hablaron muy bien de Koh Tao y especialmente de unos
bungalows que les habían costado 17 dólares la noche, Siam Cookies, en Banana
Beach, donde no tenían Internet y el fijo funcionaba a ratos.
En lugar que reservar con antelación, como habíamos hecho en
todas las otras ocasiones, decidimos jugárnosla y confiar en lo que nos habían
dicho los canadienses. El martes cogimos un ferry de Koh Samui hacia Koh Tao,
que duró unas tres horas, y que nos dejó, a nosotros y a otro centenar de
turistas, en Ban Mae, el pueblecito donde están los muelles.
Cuando llegas, nada más salir del muelle te abordan un
montón de taxistas, relaciones públicas de las ‘guest houses’, hoteles y
resorts, así como relaciones públicas de los muchísimos centros de buceo de la
isla. Entre el caos inicial conseguimos tranquilizarnos, pactar con un taxista
el precio para llevarnos a Banana Beach, y plantarnos allí. De entrada nos
pareció caro el dinero que nos pedía pero al llegar nos dimos cuenta de qué
pagábamos en realidad.
Tao solamente cuenta con una carretera asfaltada
decentemente, lo demás son caminos de cemento, arena y tierra bastante
peligrosos, además de muy empinados. Como en Koh Chang, todo el rato subes y
bajas, y los taxis son ‘pick ups’ en las que te sientas atrás, sin mucho lugar
al que cogerte.
El colmo fue cuando en mitad del camino el chófer me pidió
que pusiera unas rocas en el camino para que pudiéramos seguir porque había un
bache que tranquilamente habría pasado por piscina olímpica.
Los canadienses nos hablaron de tranquilidad, buenas vistas
y un sitio bonito, pero se les debió olvidar comentarnos que ese sitio es donde
en realidad Jesús perdió las chanclas. Un par o tres de veces. Menuda estampa.
La playa era preciosa, pequeña y con rocas, pero los bungalos eran chozas
viejas que por momentos parecía que no estaban terminados. Había dos, el que
nos habían recomendado y otro. Vimos habitaciones en los dos y nos decidimos por
la menos cutre, que además era más barata (500 baths la noche) aunque estaba en
lo alto de la colina.
La habitación no tenía aire acondicionado, ni sábanas, ni
toallas, ni papel higiénico, ni ningún tipo de acomodación más allá de una cama
doble, un armario pequeño, una mosquitera roñosa y un baño con más pelo que el
bigote de Constantino Romero. ¿Qué compensaba tamaño desastre? Las vistas de la
terraza… Estábamos en lo más alto de un acantilado. Brutal.
Tras instalarnos, fuimos a dar un paseo porque resulta que
partes de la isla tienen un camino que une los resorts y las playas, tipo Camí
de Cavalls, pero más bonito. Las construcciones no molestan, están hechas desde
el respeto por el entorno y la verdad es que no desentonan demasiado. Además,
predomina la madera como elemento de construcción.
En una de las idílicas playas, nos encontramos una boda. Una
situación rara, de película, porque únicamente estaban los novios, la pareja de
testigos, y el chinaco que ejercía de sacerdote. Los demás usuarios de la playa
miraba sorprendida a la pareja impoluta de blanco, mientras entre ellas se
atisbaba una mezcla de envidia y ellos parecían decirle al colega “no lo
hagas”.
Al ir descubriendo isla nos dimos cuenta de que nuestro
hotel era la caca de la vaca comparado con los demás, pero teníamos unas vistas
exclusivas. Aunque no suficientes para paliar las pocas ganas que tenía Clara
de quedarse ahí. Acordamos pasar la primera noche allí y que al día siguiente
decidiríamos. El pueblo principal, donde habíamos desembarcado, estaba a 30
minutos caminando, aunque el paseo era muy agradable por la belleza de los
lugares y calitas que te ibas encontrando.
El pueblo es una pasada. Predominan los centros de buceo y
las ‘guest houses’, aunque también hay mucho bar en la playa, tiendas y
restaurantes. Según habíamos leído, en Koh Tao es muy normal que la gente vaya
por unos días y decida quedarse meses. La verdad es que se respira muy buen
ambiente, a pesar de estar petado de turistas cuya mayoría solamente buscan
cocerse durante la noche y ‘aixugar sa resaca’ de día dormiteando en la playa
luciendo músculos –ellos- y cachito –ellas-.
Como no habíamos comido, cenamos en un italiano, una
calzones para compartir y dos platos de pasta fresca, Con sus cervezas y demás,
unos 800 bats, unos 20 euros. La emoción de probar un plato que no supiera a
nada tailandés me embargó hasta el punto de disfrutar como nunca con la pizza y
la pasta.
De noche, sobre las 21 horas, decidimos regresar al hotel
por el mismo camino. Clara empezó a preguntar precios y disponibilidad para las
dos siguientes noches, y nos dijeron una serie de precios, que nos tiraban un
poco para atrás, aunque nuestra habitación dejaba muy mucho que desear.
La decisión de cambiarnos fue definitiva cuando al regresar
a la habitación nos encontramos que la puerta y las luces estaban abiertas,
como si alguien hubiera entrado. La cerradura, que iba con candado, estaba como
reventada, aunque tampoco había signos de violencia. Comprobamos que no faltaba
nada, y eso que tanto mi teléfono, como los pasaportes y algo de dinero,
estaban bastante en medio. A Clara le dio bastante mal rollo y de hecho no
durmió nada bien.
Al día siguiente, hoy, me he quedado un rato embobado
mirando el mar desde la terraza, mientras Clara se desperezaba. De repente he
visto como un pez espada enorme empezaba a dar saltos en el agua, ha sido muy
bonito. Con algo de temor hemos ido a la recepción a decirles que de las tres
noches acordadas, nanai, que nos largábamos ya.
Por suerte nos hemos encontrado la madre del que lleva el
lugar y como no sabía ni cuantas noches nos quedábamos ni nada, no hemos tenido
problema con el ‘check out’. La complicación ha sido cuando en la playa hemos
visto que la marea había subido y que para salir del lugar teníamos que
meternos en el agua, que llegaba hasta la cintura.
El madrugón, la humedad y el calor del lugar –íbamos
caminando entre árboles por momentos- nos ha costado una buena sudada y hemos
comprobado lo que nos alertaba la guía, que por la mañana los hoteles son más
caros porque llegan a la isla nuevos turistas con los ferrys e intentan colocar
el máximo número de habitaciones. Si por la noche no han colocado a nadie,
rebajan el precio de forma importante.
La recompensa ha llegado en forma de bungalow cañero en un
resort con piscina, zonas ‘child out’ en especies de cabañitas y con colchones
en la playa, bastante más caro, pero mejor aunque con la pega de que mañana nos
tenemos que cambiar de habitación porque no tienen más. Lo hemos celebrado
comiendo en un italiano, unas torradas de tomate con mozzarela y basilisco, una
ensalada y dos lasañas de carne que estaban deliciosas! En total, 1070 bats,
unos 25 euros.
Por lo demás, no hemos hecho gran cosa. Pasear por la isla, disfrutar en la piscina,
contratar un bautizo de submarinismo para mañana. El plan inicial al llegar a la isla era sacarnos
el primer curso de submarinismo pero no nos da tiempo. Luego miramos una
excursión con kayak de seis horas que incluía ir a un arrecife para hacer
snorkel con tiburones pero ha salido viento del sudeste y se ha cancelado. Nos
conformaremos con hacer dos inmersiones y a ver qué pasa.
Para cenar, aunque cueste creéroslo, hemos tenido antojo de
comida tailandesa, así que hemos ido a un local de aquí y hemos pedido Pad Tai,
rollos de primavera, pan con ajo y pollo con curry amarillo y arroz, aderezado
con unas cervezas. En total, 470 baths. Se nota económicamente cuando el menú
es de aquí. Y antes de dormir nos hemos tomado un crepe de chocolate –de hecho
ayer ya lo hicimos-, el de Clara ha sido con Nutella, ayer además tenía banana,
mientras que el mío llevaba Nutella y coco rayado, mientras que ayer me lo pedí
con Nutella y mantequilla de cacahuete. Cada crepe vale unos 40 baths, 1 euros
aproximadamente.
Y nada, ahora, mientras en los baretos de la playa empieza
la fiesta e incluso tiran fuegos artificiales, nosotros vamos a dormir que la
verdad es que estamos muy cansados.