Impacto

viernes, 31 de enero de 2014

Camboya, 'one dollar'








En Camboya con un dólar americano puedes comprar lo que quieras. Es el precio estándar que ponen sus habitantes a cualquier cosa que te quieran vender. Al menos en los mercadillos y en los puestos cercanos a los monumentos, que es por donde más nos hemos movido estos dos días. La primera impresión, que se va comprobando a cada minuto que pasa, es que Camboya es un país por hacer. El auténtico turismo en masa todavía está por llegar pero ya abundan japoneses, chinos, vietnamitas y tailandeses. ¿Os explicamos qué hemos hecho estos dos últimos días?

Bien, en la última actualización os dejaba a punto de dormirme en el vagón cama del tren nocturno que iba de Chiang Mai a Bangkok. Podéis ver cómo eran las camas, al menos las literas superiores, donde nos tocó dormir. La verdad es que por la excepción de un importante de grupo de turistas rusos que iban con un pedo considerable, el medio de transporte es muy cómodo. A las 19 horas montan las camas entre los asientos de abajo y si quieres seguir charlando tienes que ir al vagón cafetería –donde los rusos se subministraban el vodka y el whisky necesarios para tocar las narices de manera soberana.

Aquí debería hacer un inciso para contaros la historia de un yankee que se lo quería hacer con unas australianas, una historia que nos dio mucho juego para pasar el rato porque el muchacho en cuestión era una pieza de coleccionista. Estos trenes van cargados de mochileros que charlan e intercambian impresiones y opiniones mientras se recomiendan destinos. Pues la criatura en cuestión se dedicó a alardear vomitivamente. “I’m an artist”, fue una de las perlas que le soltó, antes de especificar que se dedicaba a la joyería. Una de ellas, la que le daba más coba mientras se pimplaba una y otra cerveza, le soltó “Are you famous?”. Nos costó lo suyo aguantarnos la carcajada porque si llegamos a dar rienda suelta, lo mismo hasta nos oís en Menorca. La charla, que se hacía a viva voz para que todo el vagón se enterara, también incluyó “I’ve got a show”, por lo que deducimos que el fulano además salía en televisión.
 
La verdad es que nos entretuvimos bastante oyendo las tonterías que soltaban unos y otros. Él exhibiendo una falsa modestia que tiraba para atrás y la otra poniéndole ojitos. ¿Queréis saber el final de la historia? La muchacha se pilló una cogorza de escándalo, se coló en la cama del artista, que tenía reservada una litera inferior (más grande y cómoda que la superior) y envió al muchacho a dos velas y convencido de que había conquistado al pajarito a la que le tocaba a ella, una de arriba. Por la mañana, él se marchó sin despedirse… No porque estuviera hasta las cejas de resentimiento, que puede, sino porque la otra estaba semiinconsciente vomitando en la cama mientras le decía a la supervisora del vagón que se había mareado y ésta le insultaba mientras le mostraba las tres botellas de cerveza de medio litro que tenía al lado de la cama y la multaba. Una buena anécdota, sin duda, para amenizar las 14 horas de viaje.

Sobre las 22 casi todo el mundo dormía. Pensamos que era demasiado pronto y no entendimos por qué razón pero resulta que a las 6.30 nos despertaron para desmontar el chiringuito –menos a la bella durmiente etílica que estaba en pleno viaje interestelar entre babas y papilla incapaz de moverse- . Ya nos vino bien porque al llegar a la estación, sobre las 7.30, tuvimos tiempo de coger un taxi e ir al aeropuerto y cambiar los billetes de avión a Camboya por unos 12 euros, una ganga teniendo en cuenta que sino teníamos que esperar unas seis horas allí tirados para que saliera nuestro avión.

Bien, el carma –del que ya os he hablado en otras entradas- vino a tocar las narices. Resulta que el vuelo internacional que se hace entre Bangkok y Siam Reap que dura una hora y que opera Camboya Air Flight, se hace en un avión de hélices de “quan en Franco era corneta”. Más viejo que el DNI de la Duquesa de Alba. De los que Iberia no utiliza ni para exponerlos en el museo. Un cacharro.

Ya sabéis, los que me conocéis, que yo soy más de correr y nadar que de volar, pero con el apoyo de Clara y sin ningún tipo de suplemento médico – pastillita/tranquilizante recetada por mi médico de cabecera- se hizo muy llevadero. Además, con la entrada en el nuevo país, comprobamos las complicaciones burocráticas que conllevan. Clara tuvo que rellenar tres veces el mismo papel porque donde decía número de pasaporte puso el DNI  la primera vez y en la segunda, puso la nacionalidad. Un drama.

El aeropuerto en cuestión es un ejemplo fehaciente del país. La instalación es más pequeña que el de Menorca en sus tiempos pretéritos. Minúsculo. El bus te recoge para hacer la ridícula distancia de cien metros. Además, en el punto de llegada, había once personas para gestionar los visados. En nuestro vuelo no llegamos a 20 pasajeros. La escena era surrealista ya que de los once, cinco estaban comiendo, uno bebiendo una cerveza, otro jugando con una botella y los pasaportes iban pasando de mano en mano.

Un consejo, si algún día vais a Camboya, no cambiéis Rihals, la moneda camboyana. Está súper devaluada y te puedes mover con tranquilidad por el país con dólares. El cambio ahora es un dólar, 4.100 rihals, aproximadamente y solamente son cómodos para dar a las muchas personas que te vienen a pedir una ayuda.

El país parece como si estuviera en construcción. La carretera, mal asfaltada, no tiene arcén, es un camino, y no tienes la sensación de entrar en una ciudad cuando llegas a Siem Reap, sino que te vas encontrando edificios en calles –por decir alguna cosa- polvorientas. No hay tanto tráfico como en Bangkok, ni tantas personas, pero el trato es mejor. El albergue nos ha costado 26 dólares dos noches y aunque tiene algunos mosquitos, viene bien para compensar el presupuesto.

 
Al haber ganado tiempo –algo mucho más valioso que el propio dinero en cualquier tipo de viaje- decidimos ir a visitar los templos de Angkor, algo sencillamente espectacular. Si Ayuttaya ya nos encantó, estos restos son muchísimo más bonitos, aunque desgraciadamente tienen muchísimos más visitantes por lo que en según qué lugar cuesta estar tranquilo y empaparse de la tranquilidad que en su momento debía reinar en ese lugar.

Nos timaron un poco con el ‘tuk-tuk’ camboyano ya que el primer día nos sabló 17 dólares por una excursión de cuatro horas y el segundo 20 por otra de seis. Seguramente la primera tendría que habernos costado 8 y la segunda 10, siendo muy generosos, pero bueno, no nos arrepentimos de pagarlo porque lo demás es tan barato que compensa.

Antes de regresar a la ciudad, hicimos un poco más de guiris. Se ve que hay un monumento, el Phnom Bakley, que está en lo alto de una montaña y desde donde se ve una puesta de sol bellísima. Aconsejados por el 'tuk-tukero' nos acercamos hasta allí y nos encontramos con miles de personas haciendo cola para lo mismo. Como tontitos, aguantamos empujones y achuchones, para tener un sitio. Hubo momentos de tensión, como cuando un británico bastante grandote le estuvo a punto de romper la cabeza a un chino que, según decía la esposa del señor, le había tocado el culo varias veces. El chino iba con su mujer y su hija. Pero bueno, no me dio pena porque los chinos no respetan para nada las colas, hacen lo que les da la gana, son muy maleducados, y pone de mala leche. Bien, llegamos arriba, vimos que la terraza del monumento estaba llena, y pensamos que mejor que la puesta de sol en Son Bou es imposible, así que tiramos un par de fotos al astro rey y nos piramos.

Por la noche fuimos a cenar a un restaurante khemer (se pronuncia jemer) que es la cultura que aquí impera y no estuvo mal, aunque en otras mesas tardaron lo suyo. Cenamos unos rollitos, unos noodles (tallarines) con pollo, anacardos y verduras, unas gambas a la plancha –No tenían pinta de ser radiactivas- y curry rojo con arroz. Eso más cuatro cervezas Angkor, las locales, que no estaban nada mal, fueron 14 dólares.

Después nos dimos un paseo por el ‘night market’ donde a Clara le dieron un masaje de 30 minutos por un dólar, yo me compré unas Ray Ban (Ejem!) y unos pantalones de hippy por cuatro dólares y nos ofrecieron el oro y el moro. Al principio de la negociación intentan clavarte lo que costaría en Occidente. Por ejemplo el precio de las gafas era de 11 dólares, le dije que le ofrecía 1 y al final la negociación se saldó demasiado rápidamente en dos, por lo que salí perdiendo seguro. Igual me pasó con los pantalones. Tras haber gastado como buenos turistas, nos marchamos a dormir.


A las 10.30 hemos empezado el segundo día por Siem Reap en el que hemos visto la friolera de nueve templos bajo un sol de justicia que invitaba a hacer cualquier cosa menos pasear. La zona se llama Angkor Thom y los sitios que hemos visto son Bayon, Baphron, Phimeanekas, Terrace of Leper King, Phrea Paliley, Tep Pranam, Char Say Thavade, Thommara, Ta Keo, Ta Prohm (donde se rodó una de las películas de Tomb Raider), Bantay Kalei y Sras Sray, que es una especie de altar al lado del río.

Cuesta un montón describir los monumentos, pero para que os hagáis una idea, la sensación es como si estuviéramos dentro de la película de ‘Indiana Jones y el Templo maldito’. Impresiona mil veces más que Ayuttaya además está mejor conservado y no tiene tantos budas, aunque sí que es cierto que cada tanto te aparece una ancianita ofreciendote una pulsera a cambio de un donativo (Do you want lucky?, te suelta). Lo reconozco, ya llevamos seis pulseras Jejeje.

A pesar del montón de turistas que hay en la mayoría de templos, se respira un ambiente especial. Hay muchísimos monos salvajes que los custodian y que observan orgullosos a los visitantes como diciendo “sí, os concedemos el privilegio de dejaros pasar en nuestro territorio”, mientras que en algunas torres, los murciélagos chirrían estridente y agudamente como quejándose por el exceso de turistas que perturban una tranquilidad que era solemne hasta que el hombre, de forma consciente, regresó al lugar, hacia el 1975.

Cuando ya hemos aburrido los templos –Resulta curioso, ahora entiendo la devoción de los guiris por las Navetas y las Taulas, pero la verdad es que cuantos más hay más quieres ver aunque parezca que son muy similares- hemos vuelto a la ciudad a comer, sobre las 17 horas. Ha tocado un restaurante indio en el que “hem fet endemeses”, pidiendo un montón de comida.

En el hotel nos hemos duchado y ahora estamos descansando antes de ir a cenar de barbacoa, algo muy típico de aquí y se ve que es fruto de la influencia francesa.

Mañana tenemos la duda de si ir a hacer tirolina entre árboles altísimos –os prometo que los he visto de más de 20 metros- o agenciarnos una mega sesión de spa, que es algo también muy típico de aquí porque hay villas hoteleras de escándalo, hasta las 20.30 que sale el bus que hemos contratado para ir a Sihanouk Ville, una ciudad costera al sur del país, a la que pensamos llegar sobre las 8 de la mañana y desde la que cojeremos un barco para ir a Koh Rong, una isla de esas en las que apenas hay gente y confiamos en instalarnos en un bungalow en la misma playa.

Sin más y largándonos a seguir descubriendo Siem Reap, la séptima ciudad que nos encontramos en nuestro viaje –tras Dubai, Bangkok, Ayuttaya, Chiang Mai, Chiang Rai y Chiang Reap- y lo que supone el cuarto país tras Emiratos Árabes, Tailandia, Laos y Camboya.


 
Besetes!

jueves, 30 de enero de 2014

Una encantadora noche perdidos por la montaña

(Disculpad pero hoy internet me va muy mal, estamos en Camboya, y no puedo editar la entrada así que todas las fotos están después del texto, abajo)

Si puedes juntar en un mismo día hacer trekking, comer comida thai, nadar en una piscina con agua de río llena de peces, pasear en elefante y luego bañarlo, cenar compartiendo mesa con un grupo de desconocidos mientras los vas conociendo practicando el inglés y al acabar sentarte en mitad del campo alrededor de una hoguera mientras chaporrea una guitarra, donde no hay más ruido que el que tú haces y el de los animales comunicándose a pocos metros de ti, en la jungla, y ves caer alguna estrella fugaz, puede que en el momento de acostarte, en una cabaña sin pared y en una colina que da a unas vistas maravillosas de un valle, pienses que si este no ha sido un día perfecto, se le parece mucho.

¿Qué os voy a decir? El primer día de aventura de los dos que contratamos fue sensacional. Con todas las letras. Formamos un grupo de 13 personas, más el guía, para disfrutar de la actividad. Dos ingleses, tres fraceses, tres polacos, un suizo, dos canadienses y nosotros compartimos algo más de 24 horas fantásticas.

Empezamos comiendo una ración de Pad Thai (fideos con huevo, tofu, pollo y algunas verduras, además de cacahuete machacado) antes de dar un paseo que primero fue por el campo –el paisaje no tiene nada que envidiar al Camí de Cavalls- y poco a poco nos fuimos introduciendo en jungla hasta el punto de que las plantas eran más altas que nosotros. No nos abrimos paso a machetazos porque no era maleza densa ni tampoco se prolongó en exceso. En una de las paradas, el guía, que se llamaba Chian, nos enseñó a hacer una hoguera con palos de bambú. Os lo creáis o no, ya somos capaces de hacer fuego de la nada.

Tras el paseo llegamos a un complejo que a primera vista parecía inacabado, pero en realidad tampoco parecía que hubiera mucho interés en concluir nada. El lugar tenía una terraza cubierta con unas tumbonas de bambú además de una piscina por donde pasaba el agua del río pero esta vez no era de color marrón ni olía mal. Eso si, estaba llena de peces y de cangrejos.

El sol nos acompañó todo el día –ahora que caigo, lo ha hecho todos los días desde que llegamos- así que no os podéis ni imaginar lo bien que sentó una cerveza fría en esa terraza. El lugar estaba rodeado por una plantación de tabaco con hojas muy verdes aunque apenas olían, y durante el trekking también pasamos por una plantación de bananos y abundantes papayos (o como se diga el árbol que da la papaya).

Por la tarde, llegó el tiempo de los elefantes. Me he enamorado de estos animales. A pesar de ser enormes, me parecieron increíblemente frágiles, con un caminar lento, torpe, pero que deslumbraba. Dimos una vuelta de unos 40 minutos por una parte frondosa del bosque, incluso los conducimos un rato. Luego, los guías pidieron algún voluntario y yo me ofrecí sin saber para qué era…

Resulta que nos bañamos juntos. El guía me hizo sentarme en la cabeza del paquidermo que se fue solo hacia el río. Allí me dieron un cubo y un cepillo y mientras se tumbaba lo fui lavando. Creo que por mucho que lo intentara, jamás llegaría a ser capaz de explicaros lo genial que fue. Clara dice que sonreía ilusionado como un niño pequeño.

Luego nos tocó a nosotros ducharnos, en unas duchas sencillas pero por donde el agua caía por un tubo de bambú. Realmente auténtico. A parte de la terraza, el lugar tenía forma cuadrada, como la explanada de Es Castell, pero más pequeño, y estaba a los piés de la montaña. Como podéis ver en las fotos, la habitación estaba en la ladera de la montaña y era de madera. Había dos pisos, curiosamente en el de abajo la vista era mejor. Las camas eran colchones en el suelo con mantas y con mosquiteras.

Antes de ir a dormir, el guía nos preparó la cena, arroz con pollo y algún tipo de verdura similar al calabacín y con una salsa grisácea. No estaba mal pero el toque de chili casero le dio un sabor todavía mejor. La cena, como os he comentado, sirvió para que todos nos conociéramos, dijéramos de dónde veníamos, explicáramos nuestras aventuras hasta ese momento así como recomendaciones para seguir nuestro viaje por Tailandia. La sobremesa fue realmente agradable y continuó sentados en mitad de la explanada, alrededor de una hoguera que no solo daba calor sino que ahuyentaba los mosquitos. La escena ya se tornó surrealista del todo cuando vimos caer una estrella fugaz. Le pregunté al guía si incluso eso estaba preparado y se partió de risa.

Para ir a la habitación –no sé exactamente cómo llamar el sitio dónde dormíamos porque sólo tenía tres paredes-, teníamos que subir por unas escaleras pero al mirar al cielo y ver un número incontable de estrellas, nos quedamos atontados. Tantos días en la ciudad nos había echo olvidar que para disfrutar basta con levantar la cabeza. Me encantaría que lo vierais con vuestros ojos porque a veces las palabras no alcanzan, por más que lo intentes.

Cuando el cuerpo nos pedía dormir, ya con noche totalmente ocura, al mirar el reloj nos dimos cuenta de que solamente eran las 18 horas… La charla se prolongó durante un buen rato, antes de caer rendidos en la tienda.

La noche, no os lo negaré, fue fría. La humedad no es tan brutal como en Menorca pero se nota de forma clara y, por consiguiente, hace un frío difícil de soportar y que lo empapa todo.

Ojalá las fotografías reflejaran la belleza de las vistas que teníamos al despertar. Parecía como si hubiéramos dormido colgados en la montaña y el mundo, literalmente, estuviera a nuestros piés. La altura sobrepasaba el centenar de metros y apetecía mirar y no decir ni mú.

Evidentemente hay algo que no puede ir bien. Desayunamos a las 9 y estuvimos esperando a la furgoneta que nos tenía que trasladar hasta las 12. Fue una putada porque habíamos pactado con los guías que a las 4.30 Clara y yo teníamos que estar en la estación de trenes para cambiar los billetes e intentar conseguir una cama en el tren. Habíamos perdido muchas horas y todavía, en teoría, nos quedaba por hacer otra ruta andando, visitar una cascada, hacer rafting, descenso en balsa de bambú e ir a visitar una tribu local.

Evidentemente todo se tuvo que acortar. La visita a la cascada fue tremendamente guay. Aunque no era muy grande –en teoría teníamos que ir a otra mucho mayor y para la que teníamos que caminar como tres horas-, tenía un tobogán natural por el que te podías tirar y no dolía nada. Cuatro, cinco o quizás seis veces. No sé cuantas veces lo hice.

Luego fuimos al río, a los rápidos, por donde hicimos rafting, rodeados de naturaleza y con un paisaje de película. Cruzábamos el río en mitad de las montañas e incluso nos encontramos un elefante suelto por ahí, pastando tranquilamente. Tras una hora, nos pasamos a la balsa de bambú que no tuvo demasiada historia.

Como nos quedamos sin tiempo, no pudimos ir a visitar a la tribu y fue una lástima porque habíamos comprado varios packs de rotuladores y libretas para regalarles a los más pequeños. Seguro que encontraremos a otros niños a los que también les hará tanta o más ilusión.

Y bueno, tras una hora y media en furgoneta de vuelta a Chang Mai, nos dejaron en la estación de tren, donde llegamos diez minutos antes de que cerraran el tren y pudimos comprar otros billetes con cama. Es genial porque ahora mismo os estoy escribiendo desde una de las cabinas en las que apenas quepo, como podéis ver en la foto. Todo el mundo duerme a excepción de un grupo de rusos mamados hasta las cejas que no hacen más que gritar mientras cruzan desde el vagón restaurante hacia el suyo que, imaginamos, está en primera clase.

Está genial teniendo en cuenta que vamos a pasarnos aquí las próximas 14 horas (Hemos salido a las 17 y tenemos previsto llegar sobre las 9. Nos ha costado cada billete unos 800 bath (unos 20 euros) y lo bueno es que ganamos un día ya que al viajar de noche, nos despertaremos en Bangkok para coger un avión rumbo a Camboya.

Sin duda ha sido otra de esas experiencias inolvidables. Como todo el viaje en general y que recomiendo a aquel que pueda. No sé si al acabar seré mejor persona o me habré encontrado a mí mismo espiritualmente o espirituosamente pero tengo claro que seré mucho más feliz y que me conformaré con mucho menos. Y eso es lo importante.

Besetes.



















lunes, 27 de enero de 2014

Nos pareció ver a un centenar de lindos gatitos

Tacháan! Esta es la simpática -aunque previsible dado que estamos en Tailandia- sorpresa peludita de cuatro patas. Hoy hemos ido a ver el 'Reino de los Tigres', así se llaman la atracción que alberga cerca de un centenar de lindos gatitos que se dejan fotografiar de todas las formas y ángulos posibles, previo paso por caja. Esta visita ha sido lo más interesante de un día en el que hemos descansado, a mi me han dado un masaje de una hora mientras a Clara le hacían la pedicura y en el que hemos comprado dos billetes de avión para marcharnos el jueves a Camboya. Otro país más para la saca. :)

Como os comenté ayer, el de hoy iba a ser un día sin despertador, ni prisas ni estrés. Nos hemos levantado a las 10.30, después de dormirnos sobre las 00 y hemos decidido organizar la excursión a los tigres. En una agencia nos dijeron que el traslado costaba 400 bath (Unos 10 euros) cada uno y como nos despistamos y no era una prioridad no lo cogimos. Vaya sorpresa esta mañana cuando desde el hotel nos han conseguido un taxi que nos pedía 300 bath en total para llevarnos, esperarnos mientras hacíamos la actividad, y devolvernos al hotel.

Una sorpresa agridulce, la verdad, porque comentábamos que los tuk tukeros llevan tantos días estafándonos que nos sabía mal por el pobre hombre que no parecía mal tipo. Pero bueno, ha sido él el que ha puesto el precio.

Os explico. El 'Reino de los Tigres' tiene cuatro tamaños de felinos. Los grandes, los medianos, los pequeños y los cachorros. Tu pagas una entrada de unos 20 minutos a la jaula que quieras y te haces un porrón de fotos. Además puedes contratar por un extra a un fotógrafo profesional para que te haga un CD con 50 fotos. Hemos entrado en la de los cachorros, los pequeños y los grandes, donde además hemos contratado al fotógrafo. En total la broma nos ha costado 65 euros, pero la verdad es que la experiencia ha sido muy bonita.

Habrá quien piense que los tigres estaban drogados pero la verdad es que mientras estabas en la jaula, que en realidad era un recinto grande vallado, veías como los cuidadores jugaban con ellos y los hacían saltar al agua, perseguir plumeros y no parecían para nada drogados. Nos han explicado que cada grupo de cuidadores coge una camada desde que son cachorros y crecen juntos, por los que los animales los reconocen enseguida.

Además, el lugar contaba con un león, varios tigres albinos y cachorros de un mes de vida que no se podían exponer porque todavía son muy jóvenes. Íbamos un poco con la duda de lo que nos íbamos a encontrar y la verdad es que las sensaciones han sido muy positivas y nos hemos divertido.


Por la tarde hemos ido a una oficina de correos a enviar algunas compras, hemos comprobado la eficiencia asiática del servicio y su buen hacer, y luego nos hemos ido a un cyber a comprar los billetes a Camboya, mientras decidíamos qué sitios queremos visitar. Resulta que el cybercafe al que hemos ido se llama Kaldi y nos hemos acordado de Isa, Lydia y, sobre todo, de Manu, por las incontables horas que nos hemos pasado en Cal Dimoni, 'Caldi' como nos gusta llamarlo, ese especial local de Maó en el que cualquier hora es buena para echar una birra y unos billares.

Luego, antes de cenar en un italiano que estaba bueno pero que nos hemos arrepentido porque ha sido muy caro en comparación con cualquier otro sitio de Chiang Mai, pero el cuerpo nos empezaba a pedir algo de comida occidental, nos hemos regalado un caprichito. Clara se ha hecho la pedicura, con masaje de piés incluido, mientras que a mi me han dado un masaje que tenía que ser sencillo pero que ha resultado como si me hubieran pegado una paliza. El asunto ha empezado tranquilo, trabajando las piernas, pero cuando me han llevado a una habitación, la mujer se ha venido muy arriba y ha empezado a clavarme la rodilla en la espalda, a estirarme la cabeza y los hombros, colocarme y descolocarme a su antojo los brazos... En fin, que sin saberlo me ha hecho una pequeña demostración de lo que es el típico masaje thai. Para quien lo quiera... .

Ahora iremos a dormir porque mañana nos vamos de trekking a la zona de Mae Taeng dos días, donde iremos a pasear con elefantes, caminaremos, nadaremos en varias cascadas, haremos rafting y descenso en balsas de bambú y visitaremos a una tribu llamada 'Akha'. Nos vuelven a ofrecer visitar a las 'Long-Neck' pero volveremos a rechazarlo. Sencillamente no nos parece humanitario.

Y bueno, a los que seguís este Blog, comunicaros que mañana martes no va a haber actualización, más que nada porque en mitad de la jungla no hay Wifi. Regresamos a Chiang Mai el miércoles sobre las 17h pero vamos directos a la estación de tren desde donde saldremos rumbo a Bangkok. Tampoco creo que pueda actualizar. El jueves llegamos a Bangkok sobre las 9 de la mañana e iremos al aeropuerto ya que el vuelo a Camboya sale a las 14.10, por lo que con un poco de suerte si consigo gorronear alguna señal decente por ahí os pondré al día y subiremos algunas fotos. Sino, ya será desde Camboya.

Hasta entonces, portaros bien y, sobre todo, pasarlo muy bien. (:

Besetes!

domingo, 26 de enero de 2014

Una excursión por tres países, 14 horas y unos 400 kilómetros por carretera



14 horas y más de 400 kilómetros después, hemos regresado al hotel. Hoy ha sido un día especialmente duro por muchas cosas. Primero por la excursión que contratamos al 'Golden Triangle' (Triangulo dorado -recomiendo que busquéis información sobre el lugar porque es muy interesante-), luego por las más de seis horas que nos hemos pasado yendo y viniendo en furgoneta y por último porque nos hemos dado cuenta de que de los siete días que llevamos en Tailandia, apenas hemos descansado una mañana, el resto de tiempo hemos hecho actividades. Pero bueno, tampoco nos arrepentimos.

Lo que os comentaba. A las 6.30 nos hemos despertado porque a las 7 nos venían a buscar al hotel para irnos de excursión a Chang Rai, muy muy muy al norte del país, a más de 160 kilómetros de Chang Mai, nuestro cuartel general estos días. El 'road trip' lo hemos compartido con dos matrimonios mayores daneses bastante divertidos, un austriaco un pelín raro y cuatro francesas bastante pedorras. El guía, Run, ha estado bien pero creemos que iba un poco salido y le metía caña a las gabachas, aunque cuando un asiático se pone a hablar inglés, nunca se sabe. El conductor, Mister Wit, es un as al volante, a él le debemos que no hayamos quedado por el camino.

Ir en coche por las carreteras de Thai impresiona lo suyo. El reglamento de conducir tiene una norma alrededor de la que giran las demás: "Prohibido espachurrarse". Evidentemente, la coletilla incluye "y espachurrar a los demás". A partir de aquí se organiza desorganizadamente organizada la circulación. Las rayas del suelo son de adorno. Aquí adelantan con líneas continuas, discontinuas, simples, dobles... Un tailandés cuando ve una raya se viene arriba. Da igual que por el otro carril venga alguien, que ya se apartará. Imaginad la gracia que nos ha hecho vivirlo con el canguelo durante más de seis horas. Pero también hay que reconocer que ellos se apañan, todo el mundo lo hace y el que viene de cara lo respeta, se aparta. En España seguramente nos cabrearíamos, le perseguiríamos durante varios kilómetros, le pitaríamos, mandaríamos recuerdos para su santa madre... Ya me entendéis.


La verdad es que la excursión ha sido bastante turística. La primera parada ha sido en las aguas termales de Mae Khachan y luego, una hora y media después, a un templo hecho de masilla y espejitos, el Rong Kun Temple, conocido como el templo blanco. Son ocho edificios aunque el principal tiene formas muy originales como podéis ver en las fotos y es de estilo contemporáneo. Lo que no veréis es que en uno de los jardines había un Predator (si, los bichos de la peli), que sobresalía bastante realista. El problema es que la parada ha durado una media hora y apenas hemos tenido tiempo de verlo todo bien, aunque había un montón de gente.





Luego, hemos visitado una aldea de 'Long-Neck', las mujeres que llevan anillos en el cuello y lo tienen realmente largo. La verdad es que nos ha dado bastante lástima y solamente el austriaco ha querido verlas, los demás hemos paseado por la aldea. Luego, tras una hora en coche, hemos ido al famoso río Maekhong, donde está la ruta del Triangulo Dorado. Es un punto donde coinciden tres fronteras, la de Tailandia, Birmania y Laos y donde antiguamente el comercio de opio era brutal. Al principio, el uso del opio era médico, pero al ver los pedos que proporcionaba, al personal se les fue de las manos y se popularizó su uso como droga. Uno de sus ilustres consumidores fue Sherlock Holmes, si no creo recordar mal, que solía resolver los casos tras 'inspirarse' consabidamente. (De verdad, recomiendo que busquéis info por la Red sobre el 'Golden Triangle', es bastante interesante). Me ha fascinado especialmente un islote muy pequeño, de arena, que se conoce como 'Noland Country' y que antes era una tierra que no pertenecía a nadie, no tenía leyes, y era dónde se comerciaba el opio sin que la ley les persiguiera. Hoy en día pertenece a Laos.



Bien, el paseo en si ha durado unos 30 minutos con su correspondiente tour informativo. Ha estado bien pero la verdad es que por momentos me sentía como uno de los turistas que se pasean con el Yellow Catamaran por el puerto. Luego nos han dejado en la isla de Don Xao, otro mercado pero ya en la tierra de Laos y donde no se pagan impuestos. Estaba lleno de bolsos de imitación, camisetas de fútbol piratas y licores que se ve que sí que son autóctonos, con cobras, escorpiones, tortugas y lagartos dentro. Evidentemente no nos hemos atrevido por razones higiénicas. Además había algunas cosas chulas aunque ya os digo, bastante turístico.

La excursión incluía un buffet libre de comida Thai que dejaba mucho que desear para los paladares exquisitos pero que para mí ha estado bien. Arroz, fideos, pollo rebozado, varios pasteles y patata dulce frita.

Después 'd'es tiberi', hemos ido al mercado que hay en la frontera de Thai con Birmania, en la ciudad de Mae Sai, la ciudad más al norte de Tailandia. Pues más de lo mismo lo que con la novedad de que los 'chinos' que nos íbamos encontrando eran un poco distintos. Los productos... Desde fundas para móvil hasta joyería artesana, pasando por peluches, bollería, linternas y frutos secos que tenían muy buena pinta.


Al concluir la ruta hemos regresado a Chang Mai del tirón... Más de tres horas más de adelantamientos kamikazes, siestas en la furgo, incluido el conductor al que he visto dar alguna cabezadita y que creo que ha motivado que nos parásemos en una estación de servicio en mitad del camino. La verdad es que se nos ha hecho bastante duro por lo que os comentaba de que no nos hemos tomado ni un día libre desde que llegamos pero creo que mañana lunes lo vamos a solucionar despertándonos tarde y luego con alguna sorpresita que ya os desvelaremos en la actualización correspondiente.


Hemos llegado a la ciudad sobre las 20 horas y hemos paseado por el 'Sunday Market' (sí, por lo visto cada día tienen un mercado) donde volvía a haber mucha gente. Peor que en el Portal de l'Àngel de Barcelona (por citar un ejemplo más o menos conocido) y la verdad es que nos hemos agobiado un poco.

Además, me ha dado mucha pena porque entre la gente había músicos y sospechosamente muchos de ellos coincidían en el mismo perfil: Jóvenes con minusvalías visuales. Ha sido inevitable recordar las escenas de la película 'Slumdog Millionaire' (MUY RECOMENDABLE) y no sentir rabia e impotencia por si estas coincidencias han sido provocadas... A veces el ser humano es despreciable hasta límites insospechables.

Después de caminar una hora por el mercadillo nos hemos agenciado unos Pad Thai (los tallarines típicos que venden en cualquier parada chunga en mitad de la calle) que no estaban nada mal por costar las dos raciones 60 baths (un euro y pico) y hemos cenado en el hotel. Creo que la batería está al límite y mañana necesitamos reponer urgentemente 'o farem pum'.

Pero antes os dejaré una frase que nos ha dicho el guía al despedirse que me ha sonado especialmente bien, que me ha dado una inyección de buen rollo y que os podéis aplicar vosotros que soléis frecuentar este rinconcito y compartir la experiencia de algún modo con nosotros. 'Everything is nothing if i ain't got you', así que gracias, muchas gracias, y buenas noches.

Besetes!

sábado, 25 de enero de 2014

Intercambiando opiniones con un monje budista


A la cerveza ‘Chang’, la carga el diablo. Menudo pedo que hemos pillado casi sin venir a cuento mientras cenábamos en un restaurante indio perdidos en mitad de un mercadillo XXL (muy grande, no me seáis mal pensados) ya en Chiang Mai. Hemos llegado a nuestra tercera ciudad después de un trayecto en bus de ocho horas y nos hemos tirado el día viniendo de arriba para abajo y viceversa porque nuestro sentido de la orientación ha acusado severamente la falta de sueño.

Bueno, ayer viernes tomamos el Bus VIP de Ayuttaya a Chiang Mai que salía a las 9. No fue hasta pasadas las 9.30 que el vehículo llegó a la estación, un montón de bancos apilotronados en mitad de una carretera. Seamos sinceros, si yo os digo que nos vamos en un bus VIP, ¿qué os viene a la cabeza? Cualquier intento de haceros una idea se quedará a años luz.

El coche en cuestión era un mastodonte de dos pisos pero con solo 32 plazas que parecía más un puticlub cutre, recargado de luces de neón, que un vehículo público –creemos-. Además, el auto en cuestión tenía un propio microclima con temperaturas que oscilaban entre los 0 grados y los -15 grados gracias al aire acondicionado. No negaré que el viaje fue muy cómodo, espacioso y plácido.

De las ocho horas, Clara se pasó casi todo el viaje durmiendo mientras que yo, atontado farmacologicamente (vamos, gracias a una pirula recetada) he divagado cuatro horitas. Estábamos en el piso de abajo y compartíamos ‘habitación’ con un matrimonio algo sosainas –luego he descubierto que era francés-, una mujer mayor que viajaba sola y un tailandés que se creía el puto amo por tener Internet en el móvil y que se ha pasado la mitad del rato que he estado despierto enviando y recibiendo whatsaps.

Que soberana manera de desperdiciar el tiempo. Yo he optado por invertir mis segundos, mis minutos y mis horas en intentar superar el puñetero nivel 133 del Candy Crush que me tiene atascado desde hace ya un montón de tiempo. ¿Qué queréis? No tenía Internet…

Bueno, lo peor ha sido cuando hemos llegado a Chiang Mai, sobre las 6.30 y con un frío de tres pares de narices. El kharma se ha cebado de nuevo con nosotros y nos hemos montado a uno de los dos únicos ‘tuk-tuks’ de la ciudad que está descubierto, con el consiguiente airecito. Además, el conductor no sabía muy bien dónde estaba el albergue y ha tenido que parar a llamar dos veces.

Al llegar, sobre las 7, nos han dicho que hasta las 14 no nos podían dar la habitación. Imaginad el mosqueo… Muertos de sueño y de frío y tenernos que echar a la calle a pasar horas. Hemos diseñado una ruta de monasterios a pie y la mañana ha ido pasando poco a poco. Hemos visto el Wat Pha Singh, el Wat Pan Lao, el Wat Chedi Luag y el Wat Chiang Man. La verdad es que llega un momento que no sabes ni cuál has visto ni cual te queda.

Ha sido en este último cuando hemos vivido uno de los momentos más especiales sin duda del viaje. La guía del Lonely Planet (confirmado que se escribe así) recomienda que te sientes a hablar con los monjes budistas que se pasean por los montes y así lo hemos hecho. Cada uno con uno distinto. He sido muy franco con el muchacho, que me ha confesado que tenía 19 años y que se hizo monje a los 12, y le he contado lo de mi padre y de que las respuestas que la que se supone es mi religión me da no me satisface.

Le he preguntado a él todo cuanto necesitaba y la verdad es que ha sido una charla que me gustaría haber inmortalizado. No diré que ha sido inspiradora pero sí que reconozco que me ha tranquilizado. He aprendido la palabra ‘ANICCA’ que para los budistas es el pilar y viene a significar que en la vida “todo está en un cambio constante”. Me ha dicho que él no se para a malgastar el tiempo pensando si lo que le ha pasado es bueno o malo sino que lo asimila como una verdad invariable y que las cosas así como vienen se van.

Además me ha explicado los ocho episodios previos al Nirvana, que es el éxtasis que todo budista quiere alcanzar a través de la meditación. La verdad –poniéndonos serios- es que me encuentro en un momento muy delicado a nivel de Fé, cuestionando todo lo que he aprendido hasta ahora y la charla no ha hecho sino reforzarme la convicción de que nunca tenemos que quedarnos solamente con aquello que nos parece lo correcto sino que hay que conocer cuantas más cosas mejor.

Tras el meneo espiritual –volvamos al tono cómico- nos hemos pimplado un curry amarillo de pollo y unos rollos de primavera de lo más revitalizadores. Además ha venido de perlas porque el frío mañanero ha dado paso a una jornada muy calurosa y soleada.

Después hemos contratado dos excursiones. La primera que la tendremos este domingo, es un paseo en barca por Chiang Rai, por donde pasaba el conocido ‘Triangulo de Oro’, ruta desde de exporta más de la mitad del opio que se consume en el mundo y un trekking de dos días por el noroeste de Tailandia que incluye paseo por la jungla en elefante, además de rafting y descenso en una balsa de bambú.

Nos hemos vuelto a quedar sin billetes con camarote para el tren nocturno pero hemos comprado unos normales por si el miércoles podemos cambiarlos de ‘estrangis’ y evitar lo de pasar 12 horas sentados.

La noche la hemos cerrado, como os comentaba al principio, en un mercado inmenso, que deja el de la Explanada a la altura del betún. Miles de personas alrededor de millones de falsificaciones, souvenirs, productos artesanos, mucha comida y versiones ‘Thai’ de grandes canciones.

La verdad es que lo del regateo se hace muy pesado pero llega un momento en el que celebras cada rebaja como si te regalaran el producto, a sabiendas que en el fondo, si acceden a mejorarte el precio de lo que compras, no es por tus dotes de negociador sino porque aún así, te la siguen metiendo doblada.

Hemos cenado en un indio donde Clara dice que en lugar de pollo Tikka he cogido un ‘Pedo Tikka’. La cerveza nos ha subido de lo lindo, imagino que por el cansancio y por el picante de la comida, y el resto de la noche solo ha habido risas y demás.


Besetes!